Ya han pasado cuatro días. Cuatro largos días desde la marcha de Ethan Blake, y no ha habido día que no echase de menos sus potentes ojos azules o sus comentarios sarcásticos. Su pelo mojado al salir de la ducha goteando por el suelo de la casa, o su imponente figura desnuda paseando por el salón.
He tenido más frío que nunca, a pesar de que la tormenta ya ha cesado. Y me he sentido más sola que nunca, llegando al punto de hablar conmigo misma en alto para no volverme loca.
Caín no ha dado señales de vida, pero de vez en cuando veo a algunos de sus hombres rodeando la finca.
He intentado salir lo más mínimo, pero hubo veces que o respiraba aire que no fuese de estas cuatro paredes o me ahogaba.
Ayer hablé con Ethan, y le queda menos de un día para llegar a la mansión de Derek, tal y como Caín predijo.
No dijo si el camino había sido largo o duro, se limitó a explicar todo lo que quería saber en menos de diez segundos. Así tienen que ser nuestras llamadas ya que no podemos arriesgarnos a que la rastreen.
Las horas pasan lentas, y los días todavía más. No sé qué hacer, y hace tiempo que la tele dejó de funcionar.
He terminado tres libros en este tiempo, y he decidido recoger la decoración navideña que tanto me había costado poner con Ethan. Pero aparte de eso no he hecho más que leer y dormir, y eso último con dificultad.
Hace unas horas que decidí salir al jardín, a pesar de que soy consciente de que no debería hacerlo, e intentar aprender algo más de defensa personal. Aunque Ethan ya no esté para enseñarme, es lo único que puedo hacer, intentarlo.
Me he inventado alguna que otra llave que creo que podría funcionar, aunque no sé si me atrevería a probarla con alguien.
Golpeo contra el saco de arena que Ethan colgó hace unas semanas, lo hago con todas mis fuerzas hasta que mis nudillos arden. Saco los guantes, y miro las rozaduras que he hecho con una mueca de dolor.
Luego intento conseguir la meta que me propuse hace dos semanas, esa de hacer doscientos abdominales diarios, pero apenas llego a los cincuenta seguidos.
Me siento con las piernas cruzadas sobre la hierba mojada, y me quedo pensando en qué puedo hacer a continuación, cuando un sonido detrás de los árboles llama mi atención.
Son pisadas, pisadas que se detienen cuando inmediatamente levanto la vista hacia el bosque.
Mis manos se tensan, y retiro los guantes por completo con delicadeza.
El sonido vuelve a sonar, e intento relajarme pensando que puede ser Caín, o uno de sus hombres.
''¡Muévete, Aria! ¡Vamos, reacciona! ¡Haz algo maldita sea!''
Me levanto alarmada, con los ojos inquietos en busca de alguna silueta desconocida que pueda haberme visto.
Me muevo hacia atrás de repente, con pasos torpes, tanto que al tercero caigo de nuevo al suelo tropezando conmigo misma.
Mi respiración agitada es lo único que se escucha de repente cuando las pisadas cesan, y no sé si alegrarme o preocuparme.
Es entonces, cuando un disparo suena en toda la finca y pasa por mi lado dejándome aturdida de pronto. Miro hacia atrás, y veo el cristal de la casa destrozado.
Mi corazón se acelera y retrocedo hacia el porche a gatas cuando veo una silueta negra a lo lejos. Totalmente vestida de negro y con el símbolo de una triqueta tatuado en el brazo.
La marca que llevaba Isaac. Es la marca. ¡Es su marca!
Sin pensarlo ni un minuto más, me intento levantar. Lo hago con las manos tan temblorosas que parece costarme al principio.
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GUARDAESPALDAS •¡YA A LA VENTA!• ©
Romance¡YA DISPONIBLE EN FÍSICO Y EN EBOOK! Publicación en Amazon, ya a la venta. La familia de los Hamilton esconde un gran secreto. Uno que Aria, la más joven del linaje, desconoce. La vida de la pequeña de diecisiete años había sido un completo mister...