Chris.
—Ma… —me quejé mientras me arropaba hasta la cabeza. —Mamá… —llamé nuevamente al no obtener respuesta.
Estaba demasiado débil y enfermo como para abrir los ojos cuando sentí unas manos desarropar mi cara.
Gruñí por lo bajo al momento en que colocaron una toalla fría en mi frente. Me quejé con más desdén al sentir como pasaban un trapo húmedo por mi cuello. Realmente odiaba estar enfermo, sentía que me iba a morir. Tres días de agonía.
Introdujeron el termómetro con cuidado en la boca para luego sacarlo a los pocos minutos.
Escuché voces además de la de mi madre, pero la terrible agonía no me dejaba prestar atención alguna.
—Qué drama, hombre, solo tiene treinta y ocho grados…
—Dejémosle descansar.
No supe cuánto tiempo pasó hasta que abrí mis ojos lenta y paulatinamente ya que la luz que se colaba por la ventana estaba molestando un poco.
—Ma… ¿Puedes cerrar la cortina…? —murmuré somnoliento. Al ver que no la cerraba, abrí mis ojos aún mas, quedando ligeramente atontado al ver la imagen frente a mí.
No podía procesar mis pensamientos, simplemente me quedé mirando a una Erika sentada en el sillón junto a mi cama, leyendo un libro. Cerré mis ojos y los volví a abrir, no convencido del todo.
Retiré el trapo tibio de mi frente y froté mis ojos con parsimonia, para luego fruncir el ceño.
¿¡Erika!?
Me incorporé de un salto, haciendo que un terrible mareo azotara mi visión. Froté mi rostro mientras sentía una mano posarse sobre hombro. Lentamente, miré la mano, subiendo por el antebrazo para luego llegar al hombro y finalmente posarme en aquella críptica mirada.
El aire salió de mis pulmones mientras entrecerraba mis ojos, sin poder creer que Erika estuviera en MÍ habitación.
—Parece que hubieras visto un fantasma… ¿Cómo te sientes? —preguntó al mismo tiempo que iba hasta la mesita de noche y servía un vaso con agua.
Balbuceé incoherencias ya que simplemente seguía anonadado.
—Señora. —llamó en voz alta, haciendo que mi madre apareciera de manera inmediata. —Despertó. —avisó al mismo tiempo que me tendía el vaso con agua.
—Hijo. —entró mi madre hecha un manojo de nervios. Noté la manera para nada sutil con que hacía a un lado a Erika, y la mirada severa que le dirigió ésta antes de salir de la habitación, dejándonos solos.
— ¿Cómo te sientes?
—Un poco mejor… —murmuré, viendo la dirección que había tomado Erika para salir.
—Dormiste trece horas. —rió por lo bajo, ignorando mi notable distracción. —Acá te hice un poco de caldo de pollo, come. —pidió dejando el tazón sobre mi regazo.
—Erika… —suspiró con algo de menosprecio mientras miraba hacia la puerta.
—Ha estado pendiente de ti. —respondió escueta.
Se mostró esquiva mientras llamaba a Erika por lo bajo, haciendo que entrara únicamente posando su mirada sobre mí. Sentí el calor llegar a mis mejillas al ver la manera tan dulce con la que me sonreía. Sorprendentemente, mamá salió dejándonos a solas, cosa que nunca creí posible ya que desde el primer momento se mostró recelosa con respecto a Erika.
— ¿Cómo estás? Mira que llegas a ser bien dramático. —rió por lo bajo mientras se sentaba junto a mí en la cama.
Colocó su mano en mi frente para luego pasarla por mi cuello, provocando que cada maldito poro de mi piel se erizara con un tacto tan superficial como aquel.

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Mi tímido bailarín.
RomanceErika Hill. Soberbia, engreída, sincera, cauta, y sobre todo, complicada. Puede hacer creer a cualquiera que es callada, pero en realidad solo observa... Observa y analiza, antes de actuar y atacar. Admite ser fría, pero con grandes sentimientos cua...