Erika
—Esto pica... —gruñí mientras aplicaba aquella maldita crema para el dolor en mi cadera. —Maldición. —escupí cansada, lanzando el bote de crema a un lado de la cama.
Tapé mi rostro con mi antebrazo, lanzando un sonoro suspiro de cansancio y hastío.
Estaba harta. Cansada de todo. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que nuevamente había llegado a un callejón sin salida, del cual tendría que salir usando uñas y dientes, pero... ¿Para qué? ¿Para volver a caer continuamente, luego de una temporada de felicidad?
¿Qué estaba haciendo mal? ¿Acaso debía ser más fría, amarrar mi corazón y sentimientos...? No, mejor ocultarlos en una bóveda, tal vez de esa manera dejaría de sentirme tan miserable.
Las pastillas para el dolor no parecían surtir efecto, al menos no en mi cabeza, la cual se encontraba saturada desde aquel día. Si tan solo Chris no hubiera... No, si tan solo se lo hubiera dicho, tal vez, solo tal vez, le habría aligerado el golpe, y no hubiera reaccionado de esa manera...
Tantos “hubiera", pero aún así el resultado sigue siendo el mismo.
Aparentemente, nuestros caminos son diferentes de ahora en adelante. Él tiene que ocuparse por el divorcio de sus padres, y yo tengo que ocuparme de mi precaria vida.
Él no me quería en su vida. Aunque había ido a verme, aunque perduró horas en la puerta, podía sentir como inconscientemente me hacía culpable y responsable por lo sucedido con sus padres.
Podía resistir cualquier cosa, menos esa mirada de rencor y reproche en sus brillantes y claros ojos. Podía entender que la noche en que me dijo aquello, la ira y confusión hablaban por él, pero, demonios, nunca antes me había dolido el rechazo de alguien. Quería estar para él, pero me dolía verlo, y saber que en lo profundo de su cabeza era una... Enferma egoísta.
Una enferma.
Lancé el cojín a la pared, lanzando un grito contenido mientras frotaba mis ojos.
No era una maldita enferma. ¿Verse acorralada y tomar malas decisiones, es estar enfermo? Porque si así era, todo el jodido mundo estaba enfermo.
Froté mi rostro al sentir mis ojos arder.
—¡Maldita sea! —gruñí, cansada.
¿¡Llorar por un hombre!? ¡No! Maldita sea, ¡no! Dejó en claro lo que significaba para él, y yo dejé en claro lo... que... No quería...
¡Demonios!
¿¡Cómo es que ese niño me transformó en algo así!? ¡Nadie hace llorar a Erika Hill, nadie!
—¡Niña, deja de romper cosas! —el grito de un vecino hizo incrementar mi furia. —¡Cállate!
—¡Me callo un culo! —grité en respuesta, lanzando un vaso de vidrio a la pared que daba a su piso.
No sabía en qué momento me había puesto de pie, hasta estampar mi puño contra el viejo y sucio espejo a un lado de mi cama. Miré mi reflejo en los pequeños trozos rotos, observando mi deplorable estado. Miré la sangre en los nudillos de mi —antes— mano sana para luego lanzar un jadeo de furia.
¡Solo han pasado dos días, y me sentía de la mierda! ¡Todo era culpa de esa mujer! Tan solo debí haberle permitido a Adam hacer algo... No. Qué cosas estoy pensando.
Ignoré todo el dolor de la parte inferior de mi cuerpo, el cual había impactado contra el parachoques de aquella maldita camioneta, y retiré cada prenda de ropa de mi cuerpo para entrar a la ducha. Debía bañarme, quitar todo sucio sentimiento de mi cabeza, volver a ser yo.
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Mi tímido bailarín.
RomanceErika Hill. Soberbia, engreída, sincera, cauta, y sobre todo, complicada. Puede hacer creer a cualquiera que es callada, pero en realidad solo observa... Observa y analiza, antes de actuar y atacar. Admite ser fría, pero con grandes sentimientos cua...