Capítulo 30

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Chris

—Erika, has bebido demasiado... —regañé divertido al ver que bebía su séptima copa de vino.

Me miró con picardía, acariciando mi pierna con su tacón por debajo de la mesa.

—Hoy solo quiero olvidar preocupaciones, no molestes. —replicó guiñando un ojo.

Supe que la larga y divertida velada había llegado a su fin en el momento en que acarició mi muslo con su pie. Tomé su mano para luego pasar mi mano por su cintura y ayudarle a caminar sin tropezarse hacia la saluda. No tenía idea de cómo era el acuerdo de Ribeiro y aquel lujoso restaurante, pero el mesero nos dejó en claro que no tendríamos que pagar.

—¿Por qué nos vamos...? —se quejó, intentando girarse para volver al local. —Se ve tan bonito, ¿crees que me den trabajo? —su mirada y su dificultad al hablar delataban su divertido y ebrio estado.

—Ya tienes un trabajo. —reí sacando mi celular para llamar un taxi.

—Necesitaré otro, hombre. —dijo como si fuera lo mas obvio del mundo. —¿Crees que las cosas son fáciles? ¡No! Todo está costoso. —continuó balbuceando sobre economía y política hasta que finalmente llegó el taxi y la ingresé en el auto, para luego hacerlo yo.

Luego de dar la dirección del piso de Erika, ésta se apoyó en mi hombro nuevamente en actitud acaramelada, cosa que no me molestaba en absoluto. Sin embargo, no podía montar un papelón con Erika en los asientos traseros de un taxi.

Le pagué al sujeto luego de bajarnos del auto, y subí las viejas escaleras con dificultad ya que mi ebria novia no ayudaba.

Abrí la puerta al ver que ella no podía siquiera introducir su llave. Entró carcajeándose, lanzándose de lleno sobre su cama.

Su nuevo piso sí que era diferente al anterior. Este tendría veinticinco metros cuadrados como mucho, la cocina estaba a un lado de la cama, y el diminuto baño estaba a un costado de la habitación, además de que su closet no era mas que una esquina de la pequeña habitación. Todo en uno.

—Déjame ayudarte. —dije luego de ver que no podía quitarse los tacones.

Sonreía divertido en todo momento ya que nunca creí que vería a Erika ebria. Si antes era seductora por naturaleza, en ese estado sentía que iba a violarme.

—Vamos, Chris, no estoy tan borracha. —bufó pasando una mano por su alborotado cabello. —Quiero tenerte... —susurró acercándose.

—Estás muy ebria. —recalqué empezando a quitar su vestido para luego arroparla.

—Si estuviera muy ebria...—repitió mi énfasis, tomando mi corbata para impedir que me alejara. —nos hubieran echado del restaurante, pero me controlé, por ti. Siempre por ti. —rió con inocencia, dejando caer su espalda a la cama y llevándome consigo.

—Erika, por favor, no quiero aprovecharme... —musité acariciando su mentón, viendo su brillante mirar debido a la tenue luz que ofrecía el único foco de la habitación.

—Me gusta el sexo, Chris, ebria o sobria... —ronroneó empezando a aflojar la corbata, sin dejar de mirarme en ningún momento.

No pude rechazarle al momento en que unió nuestros labios en un suave y dulce beso con sabor a vino caro. De repente se separó, mirándome con ligera tristeza.

Fruncí el ceño ya que el cambio de semblante había sido en cuestión de segundos.

—Perdóname, Chris. —mi buen humor se esfumó al ver su profunda expresión de arrepentimiento. —Lo siento tanto. —repitió una y otra vez, frotando su rostro en mi pecho.

Mi tímido bailarín.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora