Capítulo 39

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Erika

—¿Terapeuta? —pregunté luego de escuchar su pregunta. —¿Quieres ver un terapeuta? —repliqué confundida. El solo asintió con firmeza, sujetando mi cintura con suavidad.

—A ti te funcionó...

—No, espera. —interrumpí, ceñuda. —Yo no voy a esas terapias por gusto, Chris, tu problema no es... No es para tanto, solo... —bufé pasando ambas manos por mi cabello. —Solo estas un poquito deprimido... —murmuré mirando su mirada triste, su espalda encorvada, su cabello desaliñado y su ropa desgarbada.

Apreté mis labios, apoyando mi frente en su pecho. ¿Tan decaído estaba, que necesitaba hablarlo con alguien que supiera del tema? Comprendía que había tocado fondo, y también entendía que cada persona tenía su manera de asumir los problemas y dar la cara a ellos.

Si no fuera por la ayuda que había recibido, probablemente estuviera sumergida en un pozo de rabia y odio por el camino que hubiera tomado mi vida si no acudía a alguien. No era tan cerrada y orgullosa, no de manera injusta, al menos.

A mi me funcionó, pero solo por haber pasado meses, y meses, trabajando en ello. Aprendía a controlar la ira, dejaba de pasar por encima de los demás, mejoré. A excepción de mi reacción a la llegada de Chris... Pero eso ya era otro tema.

—Erika, no estaré tranquilo si... Si soy un ancla en tu vida. —musitó en la coronilla de mi cabeza.

—No seas ridículo, no serías un ancla. —refunfuñé malhumorada.

Nos miramos a los ojos a través de la fría noche. Ese claro y brillante iris, cuya sombra producida por su párpado caído, entristecido, arruinaba la belleza que poseía. De alguna manera sentía como si todo ese tiempo en que le guardé rencor, se desvanecían de inmediato, como si estuviera en mi ADN el permitirle ingresar a mi vida en el momento que quisiera.

¿Era débil, o idiota, por permitir eso? Sea como sea, nada me importaba más que la cálida sensación de paz y exquisita comodidad que sentía cuando estaba con él.

Tomó mis mejillas y me sorprendió con un suave y delicado beso sobre mi frente. Cerré mis ojos y dejé salir un suspiro de alivio por su cercanía. Sonreí sutilmente al sentir sus labios sobre los míos, besándome con ternura.

—Tal vez pueda conseguir a alguien que te sea útil. —murmuré resignada.

Bufó por lo bajo, apoyando su cabeza sobre mi hombro.

—Siento que estoy loco solo por...

—Los psicólogos son mejores de lo que crees, te ayudan a entender muchas cosas. —interrumpí en defensa. —Con el tiempo lo verás como un amigo.

—¿Tu psicólogo es hombre? —musitó de repente.

—¿Desde cuándo eres tan celoso? —repliqué de mala gana. Guardó las manos en sus bolsillos, encogiéndose de hombros mientras mordía su labio con ligera inseguridad. —Ven... Tu y yo tenemos algunos asuntos pendientes. —tomé su mano, llevándolo conmigo.

—¿Asuntos...? Erika, sobre el sexo... —susurró por lo bajo.

—No tendremos sexo, hombre, quiero saber todo lo que hiciste durante todo este tiempo. Pervertido. —sermoneé desviando la mirada para que no viera la vergüenza en mi rostro.

Demonios, mi largo tiempo de sequía se extendería un poco más.

Nos subimos a mi moto y fuimos a una plaza cercana. Nos sentamos en un banco bajo la precaria luz de un foco defectuoso, me acosté de manera que mi cabeza quedase en su regazo y cerré mis ojos, disfrutando de la silenciosa y cómoda paz. Chris empezó a acariciar mi cabello, provocando que un ligero suspiro emanara de mi boca.

Mi tímido bailarín.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora