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Cuando llego a la oficina ya son más de las doce. Tom ha llegado minutos antes que yo portando un paquete.

Entro en el despacho, Tom habla por teléfono. Le dejo el encargo de la joyería sobre su mesa, frente a él. No me pregunta cómo son los pendientes. Ni siquiera se preocupa por su precio. Parece no interesarle. Coge la cajita y la guarda directamente en un cajón.

Yo me dirijo a mí mesa. Sobre ella hay una lujosa caja. Tom acaba su llamada y se acerca a mí para darme un beso en la mejilla. Acto seguido me señala la caja.

-Es un regalo para ti, nena- me susurra al oído.

Yo le miro de reojo, sonriendo. Cuando observo con detenimiento las letras doradas, que componen el nombre de una exclusiva firma de moda, escritas sobre la tapa casi me hecho a temblar. No puede ser... ¡No puede ser! Abro la caja  y retiro cuidadosamente el envoltorio que protege su contenido. Tan sólo con ver un centímetro de la tela tengo la certeza de saber de lo que se trata. Lo contemplo incrédula.

-¿Es? ¿Es?- balbuceo.

-Pues no lo sabré si no acabas la frase, preciosa- apunta Tom.

-¿Es el vestido del escaparate?- le pregunto conociendo la respuesta.

-Le has dedicado el suficiente tiempo y atención para que dedujera que te gustaba- se explica.

-¿Estás loco, Tom? ¡Estás loco! ¿Cómo no me va a gustar? ¡Es perfecto! Pero es carísimo...- añado apesadumbrada.

-¿Crees que te hará juego con los pendientes?- me cuestiona.

-¿Los pendientes son para mí? ¡Has perdido totalmente la cabeza!- añado antes de besarle.

-He perdido la cabeza por ti...- dice en mis labios- Quiero que los estrenes esta noche.

-¿Esta noche?- repito sorprendida.

-Iremos a la ópera. Mis padres han reservado un palco- me aclara Tom.

-¿Vamos a la ópera con tus padres?- le pregunto algo cohibida.

-No te preocupes, nena. Tienen otros invitados, no te darás cuenta de qué están ahí- añade tranquilizándome.

Acto seguido Tom posa sus labios sobre mí cuello. Tan sólo con ese pequeño gesto consigue ponerme la piel de gallina. Él observa satisfecho mí reacción. Incluso se me han sonrojado las mejillas.

-Trabajaré desde casa el resto del día...- asegura.

-¿Y yo?- le cuestiono con una pícara sonrisa dibujada en el rostro.

-Creo que en casa podrías serme de gran ayuda...- dice metiendo su mano por debajo de mí falda.

En ese preciso instante llaman a la puerta. Se trata del señor Taylor, el padre de Tom.

-Thomas...- le nombra su padre.

-¿Si, papá?

-Quedamos a las seis y media en el hall del Royal Opera House. Tú madre y yo nos dirigiremos a Covent Garden después de tomar el té- le informa.

-De acuerdo, papá. Allí estaremos- afirma Tom sin dejar de mirarme a los ojos.

Después de qué su padre saliera del despacho Tom apaga su ordenador y el mío, coge el vestido y los pendientes y nos marchamos de la oficina cogidos de la mano. Tom sonríe. Cómo siempre, se ha salido con la suya.

De camino a su casa nos detenemos en un restaurante para comer algo.

Cuando llegamos a la casa la alarma no está conectada por lo que Tom deduce que la señora Reed sigue en la vivienda. Subimos a su dormitorio y Tom tira de mí mano para guiarme hasta el vestidor. Efectivamente la señora Reed sigue allí. Está colocando un par de zapatos de mujer en el estante de uno de los armarios.

CITY OF LONDONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora