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En casa de Tom.

La madre de Tom ha sugerido a Catherine, la hija de la condesa de Rutland, que acuda a visitar a su hijo. Ella lo hace sin demora. Y es qué tanto interés tiene la señora Taylor en que entablen una relación amorosa cómo lo tiene ella.

Tom, abatido y convaleciente, revisa su teléfono móvil a cada instante. "Puede que Elisabeth recapacite y cambie de idea, piensa".
En su cabeza repite sin cesar las promesas que me hará, autoconvenciéndose. Me explicará cómo tratará de contenerse, que asistirá a terapia para aprender a controlar sus impulsos, que no volverá a intimidarme de esa manera nunca más. Pero el intercambio de mensajes no llega y Tom desespera.

La madre de Tom, que está encantada con lo sucedido, guarda un as bajo la manga. Desde el desplante de la ópera contrató a un detective privado al que ordenó que siguiera de cerca todos mis movimientos esperando algún tropiezo. Sonríe con satisfacción. Posee unas fotografías que demuestran que la noche en la que Tom y yo discutimos, Jason me recogió a la salida del metro, cómo más tarde entré en su casa y que fue él quién me llevó hasta el hospital.

A ella no le tiembla el pulso cuando esta a punto de mostrárselas a su hijo. Sabe que este es el mejor momento para ahondar en la herida de su maltrecho corazón. Antes si quiera de que albergue alguna esperanza de retomar su relación conmigo.

Después de su visita de cortesía a Tom, la señora Taylor acompaña a Catherine a la planta principal. Allí la señora Reed le ofrece un refrigerio. Una vez ya está de nuevo a solas con su hijo le muestra las fotografías que sabe que harán que explote destrozándole más si cabe. 

Tom observa las fotografías incrédulo. Todos sus celos y sus miedos le parecen más justificados ahora. Grita enfurecido. Al instante estampa la lámpara que tiene sobre la mesita de noche contra la pared. Pero su madre no trata de apaciguarle. Esta es precisamente la reacción que esperaba. Su intención era encender el interruptor que impidiera que su hijo diera marcha atrás y lo ha conseguido.

-¡Maldita sea! ¡Lo sabía! ¡Lo sabía!- grita Tom entre lágrimas- ¡Maldita puta!

-Te lo advertí, hijo. Ese tipo de chicas sólo buscan tú dinero- asegura su madre haciéndole sentir aún más miserable.

-¡Fuera! ¡Fuera de aquí! ¡Déjame solo!- exige Tom.

Acto seguido su madre abandona la estancia más que satisfecha. No estaba dispuesta a consolar a su hijo porqué lo que ella quería ya lo había logrado. En estos  momentos Tom me odia, y es que del amor al odio tan sólo hay un paso, y su madre le ha guiado mientras lo estaba dando.

Tom se siente traicionado hasta la médula. Pero además necesita que yo sepa cómo se siente y ver así cómo se me rompe el corazón. Poder descubrir mí supuesta máscara. Quiere que sufra tanto cómo él.

En un impulso me escribe un mensaje. Un escueto "ven a casa" con el que pretende devolverme toda la humillación que le ha hecho sentir.

En el apartamento de Elisabeth.

Oculta bajo las sábanas observo cómo la pantalla de mi teléfono móvil se ilumina, el aparato vibra y emite el sonido que advierte de un mensaje recibido. ¡Se me para el corazón! Esperanzada, paso el dedo por la pantalla y descubro que el mensaje me lo ha mandado Tom. Un breve y conciso "ven a casa". ¡No me hace falta más!

Salto de la cama de un bote y me visto con un jersey y unos tejanos. Me calzo unos botines y corro hacia el cuarto de baño. Me aseo y peino mi melena. Mi cara es un poema, un poema herido. No me maquillo, únicamente doy un toque de color a mis labios.

Ya con el abrigo puesto salgo de casa a toda prisa. Tan rápido que Claire y Charlotte no tienen oportunidad de preguntarme a donde voy. Al salir al exterior me subo a un taxi. ¡No puedo esperar más para ver a Tom!

Cuando el taxi se detiene frente a la casa de Tom corro hacia la puerta y llamo al timbre con el corazón en un puño. ¡Por fin voy a verle!

Para mí sorpresa la madre de Tom me abre la puerta recibiéndome muy amablemente. Tanto que me sorprende y me inquieta a la par .

La impaciencia me puede y, tras cruzar la puerta, salgo corriendo escaleras arriba. La señora Taylor y Catherine se intercambian miradas cómplices cargadas de malicia. Yo, ajena a todo, me deshago por el ansia de reunirme con Tom. Me duele cada segundo, cada minuto y cada hora que he estado alejada de él. Tal vez todo no esté perdido, pienso esperanzada.

Al abrir la puerta del dormitorio de Tom sus gélidos ojos me dedican una mirada helada. Acto seguido me acerco a los pies de la cama y él, con un gesto, me indica que me detenga. No consiente que de un paso más.

-Ayer, ¿Dónde pasaste la noche, Elisabeth?- me pregunta sin rodeos.

-Tom...- titubeo.

-¿Dónde pasaste la noche?- repite enfurecido.

-Yo... estaba asustada... sólo quería esconderme de ti, necesitaba encontrar un lugar donde no me buscases...- digo tratando de justificarme.

-¿A dónde, Elisabeth?- insiste rabioso.

Estoy temblando. Soy incapaz de encontrar las palabras. Sé qué tan sólo el echo de escuchar el nombre de Jason desatará su ira. Ninguna explicación le resultará válida desde el momento en el que esa palabra salga de mi boca. 

-Pasé la noche en casa de Jason- contesto en un tono casi inaudible.

-¿En casa de Jason, Elisabeth? ¿El mismo Jason con el qué te encuentras por casualidad una y otra vez, Elisabeth? ¿El mismo Jason que siempre acaba estando en el puto medio de todo, Elisabeth?- dice tirándome las fotografías que su madre le había entregado antes.

-¡Tom, puedo explicártelo! ¡Entre nosotros no ha pasado nada! ¡Él tan sólo es un amigo!- exclamo intentando acercarme a Tom.

-¡Ni un paso más jodida zorra! ¡Estoy hasta los cojones de Jason y de ti! No es lo que parece... ¡y una mierda! ¡Sal de mí casa, puta!

-¡Tom, escúchame!- le ruego con lágrimas en los ojos.

-¡Que te largues de aquí, puta!- me ordena señalándome la puerta.

Y al instante echo a correr y no me detengo hasta que estoy a varias manzanas de su casa. La noche ha caído y con ella mí mundo. Se acabó.

CITY OF LONDONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora