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La calle Cap de la Barra se encuentra elevada en desnivel respecto al paseo marítimo. Tal cosa le otorga unas espectaculares vistas al mar con las Islas Medas en el horizonte, además de una completa panorámica de la localidad.

Tom ha alquilado una maravillosa villa que es demasiado grande para dos personas. Consta de seis dormitorios distribuidos en tres plantas, tres baños, dos cocinas y varios salones. Por el porche donde está ubicada la barbacoa se accede a la piscina privada. Desde uno de los salones hay una vista tan hermosa que se hace difícil fijar la mirada en el televisor. En otro, donde hay dos cómodas butacas frente a una chimenea, luce un precioso aparador pintado en tonos vivos que se asemeja a uno que tenía mi abuela.

Lámparas de pie iluminan cada rincón de la casa, que está decorada con multitud de detalles que nos recuerdan que estamos cerca del mar. La vivienda cuenta además con un amplio comedor que tiene el techo de madera y las paredes de piedra. En él hay una larga mesa en la que se podrían acomodar más de doce comensales.

Tom y la dueña de la casa se despiden cordialmente después de que ella le haya entregado las llaves de la propiedad.

Yo paseo alrededor de la piscina e introduzco los dedos del pie en el agua para comprobar su temperatura. Estoy un poco abrumada. Recuerdo cómo mi familia al completo disfrutaba de las vacaciones compartiendo un modesto apartamento que en nada se asemeja a esta impresionante edificación.

Instantes después Tom se me acerca por la espalda y me rodea con sus brazos.

-Tom, esto es demasiado, podríamos haber ido a un hotel...- digo.

-Nada es demasiado si es para ti, mi amor- asegura besándome el cuello.

Y tras subir la maleta a la habitación y ponernos ropa cómoda, bajamos a dar una vuelta por el paseo marítimo.

Frente al puerto hay decenas de restaurantes, cada uno con su respectiva terraza. Todas ellas decoradas con diferentes estilos y mucho encanto. Nos sentamos en una de las mesas del restaurante Montserrat. Su terraza está cubierta y sus muebles son de mimbre. De nuevo asaltan mí mente multitud de recuerdos de mi infancia, los aromas a mar, lo acogedor del lugar...

Cuando nos atienden se dirigen a nosotros directamente en inglés pero yo sorprendo al camarero respondiéndole en un perfecto español. Finalmente nos decidimos por deleitarnos con una paella de marisco acompañada de una botella de vino blanco.

Tom me contempla embelesado.

-¿Podrías dejar de ser tan bonita tan sólo un instante?- me pregunta.

-¡No! Si lo hiciera dejarías de mirarme- aseguro.

Acto seguido Tom coge mi mano y juguetea con mis dedos. Durante el almuerzo, exquisito por cierto, le explico varias anécdotas de mis vacaciones en el Estartit. Él me escucha sin interrumpirme llenando mí copa cuando está vacía y acariciando mis piernas con las suyas. Me mima.

Justo después de comer nos dirigimos a la calle Santa Anna. La Calle Santa Anna es una encantadora calle peatonal plagada de tiendecitas, cafeterías y heladerías donde hacer una dulce pausa. Antes de continuar con nuestro paseo entro en una perfumería para comprar crema de protección solar.

-¿Se me ha puesto roja la piel de la cara?- le pregunto a Tom.

-No, nena...- asegura.

-¿Estás seguro?- insisto.

-No... ¡Estás preciosa!

-¡Pues necesito un sombrero!- le indico.

A continuación arrastro a Tom de un expositor a otro probándome decenas de modelos de sombrero sin que ninguno acabe de convencerme. Él me observa atentamente mientras me pongo uno tras otro pidiendo su opinión sobre cómo me sientan.

CITY OF LONDONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora