La vida es bella.

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Hannah.

El despertador suena. Estiro mi mano y le doy un manotazo cuidando automáticamente mis uñas limadas en la manicurista el día de ayer. Retiro mi antifaz de sueño, suave, peludito y rosa, y me siento en la cama de cuatro plazas extra King size.

Levanto las sábanas de seda japonesa aún bostezando y me coloco las pantuflas que Mabel ya a dejado en su posición. Mabel sabe que debe dejarlas así o mi humor cambia de bueno a malo. Y a nadie le gusta que Hannah Crowell este de mal humor.

Me dirijo a mi baño privado y entibio el agua cristalina que hice que trajeran de las más altas montañas. Ni loca me bañaba con agua común y corriente. Quien sabe cuantos microbios habrá. No me pregunten cómo pasó, pero hice que papá contratara a plomeros especializados para que instalaran el agua mineral natural.

Continuando con el baño, lleno la tina y le agrego aceites aromáticos de la India especiales que dejan mi piel como una seda.

Las velas ya están encendidas, Mabel sabe que tampoco puedo perder tiempo encendiendo las velas, por lo tanto, calcula el tiempo y las deja encendidas para cuando yo entro a mi tina. Mabel también sabe que me pone de mal humor tener que encender mis velas.

Tengo que tomarme cuarenta y cinco minutos para hidratar y perfumar mi piel todas las mañanas. De lo contrario, ¿Adivinen qué? Me pongo de mal humor.

Cepillo mis dientes, coloco crema hidratante y luego cepillo mi largo cabello negro hasta que queda perfectamente lacio sin una mínima señal de frizz.

Al bajar a la sala, ya tengo listo mi desayuno habitual. Mabel sabe que me gustan los hotcakes con frutas frescas y crema batida, jugo de naranja exprimido, un té verde en hebras y azúcar morena para endulzar.

Pero cuando recibo mi bandeja con el diario del día, veo que no hay azúcar morena, sino que en vez de eso, hay azúcar rubia.

—¡¡MABEL!!— Grito alejando la bandeja en la mesa.

Mabel se acerca limpiándose las manos nerviosamente, sabe que es lo que le estoy por decir. Lo sabe perfectamente y también sabe que cuando no tengo mi azúcar morena en el desayuno... Me. Pongo. De. Mal. Humor.

—¿Sí, señorita?

— Quiero saber el motivo por el cual te atreviste a poner azúcar rubia en mi desayuno.—lo digo calmada y seria mientras cruzo las piernas y asiento mis manos en las rodillas.

— No había más azúcar morena, señorita.— habla ella en un tono suave y nervioso.

—Entonces dime cuál es el motivo por el cual no fuiste a comprar más en el supermercado.— la miro seria. Le frunciría el ceño, pero la verdad es que no voy a a arriesgarme en incentivar a las arrugas en mi cara por una incompetente.

— Kate fue ayer al supermercado por los víveres y por su azúcar morena, pero están teniendo problemas de stock.

—A mi no me importa si tienen problema de stock. —me levanto bruscamente de la silla. Ella se sobresalta. — Mi padre les paga para que hagan bien su trabajo, y su trabajo es hacer que en mi desayuno haya azúcar morena. — digo señalando la bandeja mientras ella agacha su cabeza.

—Lo siento, señorita. No volverá a pasar.

—Espero no vuelva a pasar, Mabel. No me obligues a tomar decisiones.

Tomo mi bolso Channel, y escojo las llaves del auto que usaré hoy. El verano recién está comenzando, así que supongo que un BMW convertible será perfecto para esta mañana.

Taconeo hasta la puerta principal y siento a Mabel por detrás llamándome.

—¿No va desayunar?

¡Señor, sí, Señor!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora