Más problemas.

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Le pregunté a Morti dónde estaba la gorila mal afeitada. Esta vez no me importaba si me desfiguraba la cara de un puñetazo, iba a cobrarmela por mis Gucci.

—¿Tienes tijera?— le pregunto a Morti.
—Hannah, es mala idea, de verdad déjalo.
—-No, Alice. ¿Tienes tijera? Si o no.

Ella se agacha a buscar su mochila y del fondo saca unas tijeras de metal. —Es un contrabando, así que no vayas a querer perderlas.

Me  acerco hasta la cama donde están sus cosas. Allí veo a su mochila. La ha dejado sobre la cama destendida. Abro su mochila y comienzo a hurgar sus cosas. Nada de nada. Abro uno de sus bolsos y busco algo de ropa. Diviso algo parecido a una braga, pero como si fuera de vieja o como si tirara más a Slip. La tomo con asco y comienzo a pasar la tijera en distintos ángulos, dejándola como un copo de nieve. Vuelvo a hurgar el bolso y saco otro y hago lo mismo y así con todos los que hay.

—Aquí tienes Morti.— le entrego de nuevo las tijeras.—Sanas y salvas.

La cosa no ha terminado. Mis Gucci son demasiado caros para unos cuantos tijeretazos de ropa interior. 

Voy hasta las duchas, donde veo a dos chicas de la barraca de fracasados. Van saliendo con sus toallas en mano y secando su cabello húmedo. Les pregunto si han visto a la morocha grande que parece que te va a comer con la cara que tiene. Me responden que está duchándose. 

Entro a las duchas y por debajo de las puertas trato de divisar sus pies. Cuando lo hago, tomo su toalla y su ropa.

—¿Qué demonios...?— dice quejándose. 

Me voy antes de que me vea, pero ella sabrá que he sido yo. Sin dudas lo sabrá. 

Me encargo de revolcar su ropa y su toalla en la tierra y de pisarla y de escupirla. Se metió con Hannah Crowell y sus tacones. Pateo su ropa hasta rebozarla en tierra y la dejo ahí tirada cumpliendo con mi trabajo.  A ver cómo se las ingeniaba para salir desnuda a pedir ayuda. 

***

Ya me había duchado y ya estaba por acostarme, cuando apreció Joiner con su peinado tirante y engominado. Se me cruza por la cabeza que tal vez esta mujer duerme con el pelo así o que le pone cantidades industriales de gomina que queda duro como cemento. Detrás de ella veo aparecer a la gorilona, con una toalla y con su ropa sucia en las manos. Me mira con ganas de matarme pero se limita a sentarse en su cama y hurgar su bolso. Espero con ansias ver su cara al ver como dejé su ropa interior. 

—Crowell, al despacho del Sargento.— Anuncia.

Tomo una campera de algodón y me coloco unas zapatillas, que por esas casualidades de la vida había empacado. Le pongo seguro a mis maletas. Porque estoy segura de que en cuanto me vaya, ella acudirá a mis maletas y me romperá la ropa a tirones.

La noche está un poco más fresca, siento el viento correr por mis piernas. Mala idea traer pijama de pantalón corto. Mientras camino detrás de Joiner, miro mis Adidas Superstar blancas mientras camino. Tendré que usarlas lo que resta de los cuatro meses. 

Me deja en el despacho del Sargento y se va dándome una mirada fulminante. Me odia y eso me gusta.

Golpeo suavemente la puerta y siento su voz diciendo: — Avance.

Abro la puerta y lo veo allí sentado de manos cruzadas y mirada seria.

Nathan.
La odiosa no puede parar de meterse en líos, van sólo tres días  y siento que no quiero verla más de nuevo. Aunque tengo que admitir que mi padre tenía razón. Ella es un reto, pero mi paciencia está a un centímetro de acabarse.

¡Señor, sí, Señor!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora