Alice.

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Hannah.

Después de nuestra sesión diaria de golpes y flexiones, cuando el sol se mete, decidimos terminar.

Después de comer los frutos secos que me dio, el Sargento Calvin Klein estuvo raro. Bueno... no raro, estuvo neutral. Ni muy estricto, ni muy burlón como lo hizo en el almuerzo. Cambió de un momento a otro con una actitud seria.

Rarísimo.

Bueno, aunque ahora todo en él me parece raro, porque a primera vista me parecía un viejo cascarrabias de setenta años encarnado en un cuerpo celestial y ahora al ver distintas fases de su personalidad no sé qué pensar de él.

No me quiero involucrar,  especialmente sabiendo que me iré, tal vez antes o después, pero me iré.

Irme. Vengo diciendo que me iré desde el primer día y ya vamos dos meses y medio y aún no me he dado a la fuga más que para salir por un par de tragos.

Tengo que apurarme.

Dejando de lado al modelo Calvin Klein, voy a las duchas para terminar con mi dia agotador. La cena esta vez si fue solitaria, cosa que no me importó demasiado porque había de cenar pasta con salteado de verduras.

Geraldine estaría en la gloria aquí.

Tomo mis cosas y me ducho tranquilamente sacando toda la tierra de mi pelo. Qué horror este suelo por Dios. Sales un segundo y ya sientes la cara áspera de la tierra y el polvo que acarrea el viento.

Una vez limpia, cosa que durará muy poco porque dentro de un par de horas tendré que levantarme y recibir el entrenamiento Holt.

Tomo mi cepillo de dientes y entro al baño para poder terminar con mi aseo y poder ir a dormir, pero cuando abro la llave del agua, siento un sollozar raro.

Cierro la llave y agudizo mi oído para saber de donde viene.

Camino lentamente viendo por debajo de los cubículos algunos pies que delaten a quién esté llorando, pero no sólo veo unas botas negras al último cubículo, sino que veo sangre gotear. Gotas gruesas y oscuras cayendo al suelo.

Me asusto y abro la puerta de golpe. Ella me apunta con sus tijeras y yo me alarmo, pego un salto hacía atrás.

—Hannah.— dice mirándome con ojos rojos y abiertos. Su cara húmeda y su antebrazo izquierdo recubierto de sangre.

—¡Alice, qué demonios!

Tomo sus tijeras en ese momento de sorpresa y las tiro lejos.

Ella me mira sin poder  creerlo y mira su antebrazo.

—¡Cómo se te ocurre!

Ella rompe a llorar y yo aún quedo pasmada viendo esa desgarradora escena.

Levanta su mirada y sin dejar de soltar lagrimones habla:— me han mandado un comunicado. Mi abuela ha muerto.

Recuerdo aquella señora abrazar a Morti con tanto cariño y amor. Una abuela. Algo que no sé qué es, pero me imagino que ha de ser lindo, porque siempre escucho a las personas hablar de sus abuelos y las cosas que hacen los abuelos por consentir a los nietos. Y a juzgar por lo que vi, creo que era la única persona que Morti tenía.

Me acerco a ella y la abrazo.

No sé muy bien que se hacen en estos casos. Pero verla tan destrozada me remueve el corazón.

—Se murió y no pude decirle que la amo.— llora con fuerza en mi pecho mientras se aferra a mi con los dos brazos.

No me importa que esté limpiándose los mocos y el maquillaje corrido en mi remera Adidas blanca, ni que tampoco  me esté manchando con sangre la parte de atrás.

¡Señor, sí, Señor!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora