Realmente sola.

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Mi segunda semana de castigos comienza con Vitto y Morti enojados por hacerles ganar dos semanas de castigos duros. No me han hablado desde el domingo pasado. Y en toda la semana me han dejado comiendo sola en la mesa. Mis castigos esta semana los ha llevado a cabo otro tipo que se llama Holt Anderson, que es mucho más duro que Nathan. Me dice cosas más fuertes como idiota o cretina insulsa. Y las veces que lo he mandado al diablo me ha tomado de los brazos y me ha tirado en el suelo para que hiciera veinte flexiones más con peso extra. Odio decir esto, pero sería mucho mejor que Joiner se encargara de mí.

Mi cuerpo está destruido literalmente. Tengo raspones que ni siquiera pudieron ser desinfectados, moratones, golpes.

Mis uñas se astillaron, por lo tanto tuve que cortarlas con el más profundo pesar de la vida. Reviviendo los momentos en los que Geraldine me ataba las manos al apoyabrazos de las sillas para cortar mis uñas cuando era una niña. Como no le gustaban las uñas largas no quería que yo me las pintara o que las tuviera largas y me las cortaba forzosamente atándome a la silla.

Mis rodillas estaban moradas por caer tanto al suelo.

Iba por la segunda semana y ya no aguantaba, sentía que me iba a morir en cualquier momento y no es una dramatización.

En el horario del almuerzo me fui al despacho del Subteniente Miller. Golpeo su puerta y espero a que me dijera "avance".

Paso y apenas me ve, su expresión cambia.

—¿Qué se le ofrece, Marinero Crowell?— dice volviendo su mirada a los papeles en los que está escribiendo.

Me habla como si le hablara a cualquier otro marinero sin importancia.

— Señor, quería pedirle si... está... en en sus posibilidades cambiar al supervisor de mis castigos.

Trato de hablar lo más serio y amable posible.

— Denegado, Marinero.

— Señor, sé que no estoy en condiciones de pedirle nada, pero se lo pido porque realmente lo necesito.

— Denegado, Marinero.

—Si, señor. Con su permiso.

Doy media vuelta y me vuelvo más decaída que antes a almorzar.

***

— Levante esas bolsas. ¡Vamos! ¡Levántalas!— grita.

— Son bolsas de veinte kilos.- Me quejo.— No puedo levantar una bolsa con cada mano.

— Ah, pero si puede levantar copas en cada mano.

— Señor, esto es muy exagerado.

— No se va a mover de aquí hasta que mueva todas esas bolsas.- apunta hacia la pila de bolsas a un costado.

Levanto una de las bolsas, que apenas puede dejar de el suelo. Aún no me deja ir al baño, pero si logro mover aunque sea una bolsa, tal vez lo convenza de que me deje unos minutos.

Alzo una bolsa con las dos manos y voy abrazándola con todas mis fuerzas para llegar hasta la puerta trasera de la cafetería, que es en donde necesitan las bolsas de papas.

Quedo a mitad de camino y siento como Holt viene a donde estoy, gritando estupideces.

—Señor en serio, no puedo más. No aguanto. — digo jadeando.

—¡Lo vas a terminar!

—Lo siento pero no. Realmente no puedo, necesito sólo unos minutos.

Él me toma del brazo y me samarrea como pañuelo al viento.

¡Señor, sí, Señor!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora