Me despierto sobresaltada. El ruido me asusta y giro por todos lados mirando a mi alrededor.
No estoy en la cama compartida. No estoy en la barraca de fracasados. Ya no estoy en el predio de la Marina.
El avión chatarra aterriza y por la ventana puedo ver un auto color gris, que no es el de mi padre. Ni si quiera viene a buscarme.
Espero unos segundos. La cabeza me da mil vueltas y creo que voy a vomitar. Hace calor y estoy sudando y probablemente estoy deshidratada por llorar y sudar.
El señor que me trajo me avisa que ya podemos bajar del avión chatarra.
Le pido que me ayude a salir de él porque me siento más débil que el papel y no puedo dar un paso.
Él se encarga de poner mis maletas en el auto y luego el próximo chofer me lleva a casa.
Al bajar a casa veo a papá en la puerta, junto con todas las malditas empleadas que odiaré por el resto de mi vida.
La realidad es que estoy en casa. O lejos de ella. Mi realidad se ha distorsionado drásticamente y mi mente da vueltas.
Espero a que el chofer termine de bajar todas las maletas y veo como Dolly y Kate agarran las maletas y van adentrándolas.
Busco entre mis cosas mi lentes de sol y me los coloco. No quiero que me vean con los ojos hinchados de tanto llorar, en especial la idiota de Mabel.
Bajo, con mis Adidas Superstar, que están un poco sucias. Veo a mi padre abrir los brazos y sonreír mientras baja las escaleras del pórtico. Cómo si fuera que le alegra verme. No fue ni una vez a visistarme en el campamento y ahora si se alegra de verme. Qué ganas de darle un puñetazo en la cara.
—Hannie, mi vida.— habla con ese tono paternal que nunca le quedó bien.—al fin en casa.
—¿Al fin en casa?—me paro antes de que me abrace. Mi tono de voz es tan cortante como si hubiera lanzado cuchillas por mi boca.— Tú me mandas a ese campamento y ahora me dices "Al fin en casa". Ni se te ocurra tocarme.
Lo esquivo sin ninguna dificulta y sigo caminando.
—Bienvenida Señorita Hannah.—habla Mabel haciéndose la mosquita muerta.
—No me des la bienvenida, ésta es mi casa. Llevame una jarra de agua a mi habitación en cinco minutos. Y que sea fresca.
Siento a papá bufar de fastidio.
—No has cambiado en nada, Hannah.
—Cierra tu boca.— grito antes de subirlas escaleras.— no me vengas con reproches, porque la que tiene varios soy yo. O acaso se te olvidó que los domingos era día de visita.
—Hannah, tenía mucho trabajo.—suspira mientras toma su frente.
—Claro. El trabajo. Lo único que te importa.
Subo sin esperar que me dijera algo. Tampoco creo que tenga algo para decirme, si sabe que tengo razón.
Entro a mi habitación. Está como la dejé. Las sábanas en las que Lola y Will se acostaron tiradas en el suelo. Regalos de mi cunpleaños tirados por el piso. Ropa que dejé revuelta por meter las cosas en mi maleta.
El celular comenzó a sonar desesperadamente. Todos los mensajes y notificaciones de redes sociales comenzaron a llegar por la señal del wi-fi. Mensajes de Lola. Mil mensajes de Lola y Will pidiendo perdón. Llamadas perdidas. Comentarios y tweets de mi fiesta. Mensajes de otras personas que querían saber como estaba porque parece que media Las Vegas se habían enterado de que mi mejor amiga me había metido los cuernos con mi ex pareja.
Apago el celular y me tiro en la cama sin sábanas a ver el techo. No puedo dejar de pensar en Nathan, en el Subteniente Miller, Josh, mis amigos.
De apoco comienzo a acomodar mi ropa en su lugar. Los Gucci rotos. Sonrío al recordar ese día y luego pensar que Grace no era mala como parecía y que al final nos terminamos llevando mejor de lo que esperaba.
Las envolturas de Snickers que Vitto me pasaba a escondidas. Los juegos brutos del grandulón y como se quejaba a cada rato de la poca comida que le daban. Los empujones en las costillas. Las bromas de doble sentido. Los abrazos de hermano que nos daba a mi y Alice. Mi Morti. Mi pálida y gótica amiga. Mi cómplice. Mi maldita mejor amiga. Alice. Mi Alice.
Sin darme cuenta me encuentro llorando por la nostalgia.
Siento mi puerta tocar. Detras se escucha "Señorita, aquí traigo el agua que me pidió". A lo que yo contesto: "Déjalo en el suelo y vete". Luego de unos minutos, espio por la cerradura para ver si se ha ido, abro la puerta y tomo la bandeja con la jarra de agua y una copa.
Si sigo llorando me deshidrataré al punto de quedar seca como pollo recocinado.
Tomo un poco de agua y sigo dando vueltas por mi habitación. Saco un par de sábanas de seda japonesa. Las anteriores se las dejé a Morti. Las pongo en mi cama y me tiro en ella a pensar y pensar.
Siento mi puerta ser golpeada. Papá dice mi nombre en voz alta, pero me niego a atenderlo. Ésta vez no es como uno de esos berrinches postinternado en los que me rindo cada vez que papa dice "Tarjeta de crédito nueva". Ésta vez no quería dejar el campamento. No tan derepente, no sin saberlo con anticipación. Sin antes prepararme psicológicamente o tal vez con tiempo para tomarla decisión de quedarme de verdad a ser un Marinero oficial de la Marina. Pero no, esa maldita guerra en Medio Oriente y el estúpido gobierno decidieron por mi.
Pienso en Nathan. En donde estará ahora. Qué situaciones horribles estará pasando. A esta hora debe estar viajando. O debe estar llegando. ¿y si ya llegó y lo mandaron al frente de batalla? ¿y si ya está en algún refugio planeando una estrategia? ¿y si lo matan antes de lo esperado? ¿y si no vuelvo más a verlo y no he podido decirle que es la primera persona con la que realmente he sentido algo verdadero desde que lo vi? Porque al verlo supe que era el tipo de chico que podría encajar conmigo. Alguien que no se fijo en mi cuerpo o dinero.
Maldición.
Y yo aquí, llorando. Mientras él está en quién sabe donde.
No puedo remediar las cosas llorando. Eso no es lo que hace Hannah Crowell. Esa no es la Hannah que le gusta a Nathan Miller. Esa no soy yo.
Me levanto de la cama corriendo y revuelvo en mi escritorio buscando un anotador, las ojas blancas sin renglones brillan. Me apresuro a escarbar en el cajón por una pluma.
Una vez encontrado todo lo que necesito, me dispongo a escribir cartas. Las cartas que enviaré lo más antes posible que se puedan.
Tiro todo lo que hay en el escritorio y lo despsejo teniendo el espacio necesario para escribir prolijo. Nada de computadoras, nada de impresoras. Las verdaderas cartas hechas a mano para demostrar que lo que voy a decir es en serio.
Luego de escribir lo que tenía que escribir, busco un bolso y comienzo a revolver mi ropa de nuevo.
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¡Señor, sí, Señor!
Teen Fiction"-¿Qué tú hiciste qué?- grito.-Estas demente, hombre." Hannah Crowell tenía la vida perfecta. Todo lo que pudieran imaginarse: Autos, motos, la mejor ropa, los mejores zapatos, un cabello esplendido y uñas largas y bien pintadas. Claro que no se pod...