Hannah.
Nos levantamos más temprano de lo habitual.
Se nos exige tener el uniforme completo y limpio. Las botas bien lustradas y bien peinados.
La ceremonia del 4 de julio comienza a la salida de el sol. Todos los internos están en filas bien prolijas y ordenadas, todas las cabecitas rapadas y las niñas con recogidos super prolijos.
Los abanderados llevan las bandera, vestidos con el traje formal que se ve impecable, como si fuera nuevo, recién estrenado. Llegan hasta el mástil y se toman su tiempo para subir la bandera hasta lo más alto para que pueda flamear con el poco viento que corre.
El capitán fulano, (nunca presté atención a su nombre) dice un discurso interminable sobre lo que significa que 4 de Julio para nosotros los norteamericanos. La vida de los mil millones de soldados que defendieron nuestra tierra de los ingleses y que lograron independizarse y que hace que esta Nación sea lo que hoy es... y bla bla bla. Todos sabemos lo que significa el 4 de Julio. No veo el motivo por el cuál debería demorarse cuatro horas hablando. Tampoco sé cómo es que se aguantan tantas horas parados.
Me duelen las piernas. Me hace calor. Me está picando la nariz y no puedo moverme hasta que el capitán como se llame termine de hablar y se rompan filas. Tengo hambre. Mi estómago ruge. Espero que luego de esta ceremonia hagan algo digno de comer.
La ceremonia comienza a concluir. A lo lejos puedo ver a Nathan con su traje impecable y su sombrero bien puesto. Sus rasgos serios. Se ve tan... tan seriamente guapo.
Él y yo continuamos entrenando por separado en lo que vendrían a ser mis castigos por burlarme de él frente a todos. Pero negociando llegamos a la conclusión de que los castigos se usarían para entrenar golpes y llaves de combate.
Poco a poco comencé a sacarle risas amistosas. Aunque luego me termina regañando. Aún si se que voy a terminar cayéndole bien.
Él me mira. Entonces yo me alarmo. Me he quedado mirándole varios minutos.
Él no puede hacer ningún gesto ni moverse. Pero lo veo perfectamente a la distancia de donde estoy. Gracias a Dios puedo ver bien de lejos y distingo como me guiña el ojo derecho.
¡Me acaba de guiñar el ojo! Lo vi ¡Lo vi! No estoy loca.
Desvío la mirada un poco nerviosa. Tengo que disimular lo mejor que puedo, porque si me muevo me van a mandar a un calabozo.
La ceremonia termina y se determina que será un día de festejos. Habrá barbacoa y a la tarde podremos apreciar los fuegos artificiales.
Doy un respiro y me muevo sacudiendo mi cuerpo sintiendo como los calambres van a llegar por estar cuatro horas parada sin mover un músculo. Morti está igual que yo. Se soba las piernas y luego se queja.
Vitto se burla de nosotras y luego en juego viene y nos alza a las dos en cada brazo como si fuéramos bolsa de papas.
—Son unas debiluchas. — nos suelta después de apretujarnos un poco. —Vamos a cambiarnos y a celebrar este día.
Ruedo los ojos por su entusiasmo.
El 4 de Julio en Las Vegas se vive de otra manera. Extraño las fiestas de Las Vegas, luces, dinero, grandes shows, glamour, champagna, más dinero. Debo admitir que podría irme en este instante de pero aún así no me surge la iniciativa. Es decir, podría armar un plan y largarme, como lo hice las mil y un veces que papá me llevó a internados, pero... no sé. Hay algo que me detiene en este lugar.
Me pongo una falda de jean, mis Adidas y una blusa color celeste. No puedo usar otro outfit que no sea uno casual, la verdad que no vale la pena lucir mi ropa en este tiradero, pero por lo menos estoy conforme con lo logrado. Morti usa el clásico negro, sus leggins, sus borsegos y su remera.
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¡Señor, sí, Señor!
Teen Fiction"-¿Qué tú hiciste qué?- grito.-Estas demente, hombre." Hannah Crowell tenía la vida perfecta. Todo lo que pudieran imaginarse: Autos, motos, la mejor ropa, los mejores zapatos, un cabello esplendido y uñas largas y bien pintadas. Claro que no se pod...