Castigada.

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Cuando entro en la barraca para fracasados—Le puse ese nombre, porque la mayoría aquí tienen cara de fracasados. Las camas ya están ocupadas. Al parecer, no nos van a dividir en mujeres y varones. Queda una sola cama, casi al final. Está en medio de la cama de un chico de cabello medio largo enmarañado y de color rubio oscuro y de la cama de una chica que parece gótica.

Dejo mis maletas en el pie de la cama y apoyo mi bolso en ella, percibiendo que tal vez ese colchón es más duro de lo que aparenta. ¿Qué les cuesta invertir un poco en buenos colchones?

—Lindo show te mandaste ahí afuera. —me dice el chico rubio.—Soy Vittorio Minnetti.
—Muy amable, pero no me gustan los rubios. —digo mientras hurgo mi bolso. A parti de ahora ver a rubios me revuelve el estómago porque me recuerdan a Will y al tiempo perdido y a los falsos "Te quiero".
Él comienza a reir y luego dice: — Tranquila, a mi no me gustan las tetas operadas.

Abro mis ojos a tope y cruzo mis manos sobre mi pecho. Que no fueron retocados más que para ajustar un pequeño problema de asimetría.

—Idiota.

Él se carcajea y luego para.—Estoy bromeando, Hannah.

—¿Qué hace un tipo como tú en este lugar? Digo, debería estar haciendo bromas en un show de Stand Up de Los Ángeles.— digo sarcástica.

—Me metí en problemas con la pequeña Mafia, así que me usaron para hacer alguna de sus pillerías. Un día me mandaron a robar un auto, pero nunca me dijeron que era de un fulano que pertenecía a la policía, así que cuando estuve en la corte me dieron a elegir cinco años de prisión o servicio militar obligatorio, y aquí estoy.

—Menudo capullo.

—¿y tú?—dice el dirigiéndose a la chica gótica, que mira a la nada de una manera espeluznante.

—Yo qué.

—Por qué estás aquí, Morticia.- le digo sentándome en la cama, mientras la miro. Lleva borsegos negros, unos leggins negros, una remera de Mettalica y una gargantilla con una calavera colgando.

—Me mandaron aquí por agredir a mis compañeros de la Universidad. Todos se burlaban de mí, así que un día llevé una navaja en el bolso y cuando menos se lo esperaron...—deja una pausa. Vittorio y yo la quedamos mirando un poco asustados y nerviosos.— No maté a nadie, creo. Así que aquí estoy.

Ella levanta la mirada y la dirige a nosotros sonriendo. Jamás en mi preciosa y glamourosa vida sentí ese frío correr por mi cuerpo.

—¿Y tú? ¿Por qué estás aquí? Seguramente te encontraron conduciendo un Porsche a toda velocidad mientras tomabas champagna de la costosa y casi atropellas a un policía. —habla mientras se gira a nosotros.

Me fijo en las sábanas de la cama y las veo ásperas y de un blanco que te hace acordar a los pasillos del hospital. Me arrimo a una de mis maletas y mientras voy sacando las sábanas de seda japonesa que compré antes de venir—por supuesto que las anteriores fueron hervidas en cloro— le contesto: —Ojalá fuera así, pero no.

—¿Entonces?—Pregunta Vittorio.

—No tengo ganas de hablar sobre ello. — digo viendo por el rabillo como la Gorila me mira de una manera asquerosa mientras tiro las sábanas blancas y me las arreglo para poner las mías. Nunca había cambiado las sábanas de una cama en mi vida, pero hacerlo no era una ciencia. Así que aunque este un poco mal hecha, por lo menos no dormiría en esas sábanas, que solo Cristo sabrá quién las ha usado antes.
Observo que acá sólo están las camas. No hay ni u armario para acomodar mi ropa. Y el baño no aparece ni dibujado.

¡Señor, sí, Señor!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora