Tratos especiales.

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Hannah.

Él se acerca con algodón en sus manos y lo asienta en mi comisura.

—¡Oiga!— chillo. Alejo su mano torpemente.— duele.
—Sí lo hago rápido durará menos.— intenta acercarse de nuevo, pero lo detengo.

—Usted no tiene ni la más mínima idea de como tratar la herida de una dama.— le arrebato el algodón de las manos.— Se hace despacio.—asiento el algodón en mis nudillos. Chillo un poco por el ardor— duele al principio, pero si lo haces de a poquito...— sigo untando el algodón, esta vez con más confianza.— deja de doler y se cura más rápido.

—No sabía que también eras enfermera.— cruza sus brazos.

—Sé que a simple vista parece que no, pero aprendí muchas cosas. No siempre se presenta la ocasión pero... por ejemplo. Como cuando hice el circuito.—me acuerdo de pronto. — me tiré de dos metros de altura. Aprendí a caer cuando intentaba escaparme de un internado.

—Hannah.— dice el quitándome el algodón de las manos. — Cuándo dije que eras una chica especial, me refería a que no eras como los demás internos de aquí. — toma mi mano izquierda y hace lo que hice con el algodón.

Sus movimientos son suaves y cuidadosos. Lo hace como se lo enseñé.

—No creo que todos sean niños ricos, engreídos y egocéntricos.

—Mi padre no me ha dicho por qué estás aquí. Ha considerado que sería mejor para tu autoestima que no se lo dijera a nadie, pero ya que estoy aquí a solas contigo... podrías contarme. — dice mientras saca otro algodón y lo unta en alcohol.

—Tu padre es muy comprensivo conmigo.— digo mirando como él se acerca a mi y unta el algodón despacito en mi pómulo y dirige sus ojos a los míos.

No sé si es el calor, los golpes, o la presencia de este hombre y sus esplendidos ojos mirándome fijamente lo que hace que me dé vueltas la cabeza.

—Aún así...—agrego— No veo el por qué tengan que darme estos tratos especiales.

—Sólo sigo ordenes. — dice desenvolviendo una bandita y pegándomela en la comisura de mi labio.

—¿Como hijo o como Sargento?— pregunto bajándome lentamente de la camilla.

Él me sonríe.—Está libre Marinero, vaya y descanse.

—¿Estoy castigada?

—Por esta vez no.

Nathan.

Después de la pequeña charla con la odiosa, que esta vez no estuvo tan odiosa como de costumbre. Me voy directamente a buscar a Carol.

—¡Tú estás loca!

—¡Desobedeció una orden de un superior!— se defiende.

—Desobedece ordenes todo el tiempo y no por eso la agarro a golpes y a patadas.— contraataco.— Deberías haberme avisado, o por lo menos la derivabas a otro oficial.

—¡La estás defendiendo! No puedo creerlo.— mira al techo riendo sarcástica.

—¡Claro que lo hago!— levanto la voz y ella se sorprende.—No la dejaste ir por vendas. Realmente necesitas un psicólogo, Carol. Y te advierto que si vuelves a tocarla te las veras conmigo.

***

Hannah.

Me siento en mi cama y me arropo un poco con las sábanas. Mi cuerpo está muy adolorido. Aún así no puedo evitar pensar en lo que dijo Nathan. El Subteniente Miller no le ha contado ni a su hijo la razón por la que estoy aquí. Me da consejos. Le ha ordenado que sea comprensivo conmigo. No puede ser sólo por que sí, algo sucede.

¡Señor, sí, Señor!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora