Devoluciones.

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Mis castigos son tan duros como me lo esperaba. La verdad es que ya no me parecen tan malos, lo he hecho desde el primer día, así que creo que lo termiaré antes de darme cuenta.

Me tocó como supervisor un tipo que se llama Philip y el apellido me lo olvidé. A quién le importa.

Con él si que no discuto y me aguanto mucho las ganas de mandarlo al diablo cuando cree que es super malo y estricto. Seguro es un marinero cualquiera que le dieron la oportunidad de sentirse superior unos segundos.

Aún así me quedo callada. El Sargento Miller se ha encargado de vengarse y desquitarse conmigo dejando dos semanas de castigos. En realidad creo que daba para más, me pasé un poco, pero bueno, dos semanas son dos semanas. Los días pasan volando.

De ayer a hoy, a Morti sólo le ha dado la depresión  en la noche, antes de irnos a dormir.

Se ha largado a llorar. Parece que a todos nos pasa que cuando nos vamos a dormir pensamos en lo que no tenemos que pensar.

Así que con Vitto juntamos las tres camas y desdoblé las sábanas de seda japonesa para que entraran en los tres colchones. Ni loca duermo en otras sábanas. Prefiero que los tres compartamos mis sábanas.

—¿Tan grande es tu cama?—preguntó Vitto viendo como fácilmente, la sábana cubre los tres colchoncitos de porquería que tienen aquí.

—Sí.—sonreí.— hoy van a experimentar lo bello que es dormir en estas bellezas y luego de este día, no querran dormir más en otras sábanas.

Así que dejé que Morti se acostara en el medio entre Vitto y yo para que se sintiera más segura.

Vitto se durmió primero. A él si que no le interrumpen el sueño ni con una bocina.

Morti luego de una hora pudo dormirse.

Y yo... y me quedé mínimo hasta las tres de la madrugada despierta.

Aún estaba confundida por todo lo que había pasado, así que hoy cuando me desperté temprano para ir a mi castigo con este tipo insoportable, me levante con ojeras, parecida más o menos a lo que es un panda.

En una de esas idas a la cafetería a pedir algo para desayunar antes de que el idiota que supervisa mis castigos llegue, me cruzo con Miller. 

Hice mi mejor esfuerzo por ni siquiera mirarle y él tampoco levanto la vista de su periódico. Así que nos hicimos las cosas fáciles en la mañana.

En fin, mi día ha sido tan aburrido y común.

En la noche antes de volver a acostarme me cruzo con Miller, en sus superviones nocturnas.

Él no dice nada. Yo menos, así que nos esquivamos sin si quiera respirar y seguimos nuestro camino.

Nada especial qué hacer o decir. Supongo que es lo mejor.

Mientras voy caminando a la barraca de fracasados, me acuerdo de la camiseta y de la situación embarazosa que tuvimos y de cómo la tiré al suelo entierrado con bronca.

¿La habrá levantado? ¿Se la habrá llevado?

Me giro a ver que siga su camino y efectivamente sí, así que me escabullo hasta dónde están los mueñcos de golpes.

La camiseta está ahí aún. Sucia, con más polvo que la cachucha de Mabel.

La miro unos segundos y la levanto. Debería lavarla y entregarle al Subteniente, pero sería someterme a dar explicaciones. También se la podría dar a Josh, pero también sería a someterme a dar explicaciones.

¡Señor, sí, Señor!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora