Estar enamorado

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Capítulo 20


– Suéltame idiota –me gritó. Lo empujé soltándolo. Estaba tan enojado. La ira recorría mi sistema quería hacerle tanto daño. No tenía ni idea de que le había hecho a Luciana pero estaba seguro de que él lo pagaría

– Como le hayas hecho algo vas a arrepentirte –lo amenacé acercándome con fiereza. Nos mirábamos con furia, nuestras narices casi rozándose. Ambos conteniéndonos para no lanzarnos encima del otro.

– No te tengo miedo –cerré mis puños y pude sentir como mis nudillos se ponían blancos.

– Haré que lo tengas si le haces algo -le susurré con voz letal.

– Te gusta –afirmó.

– Eso no es de tu incumbencia.

– No te lo estaba preguntando –chocó mi hombro al pasar por mi lado en dirección a la puerta –eres un estúpido. Lo sabes ¿No? –mi mandíbula se tensó –fijarte en una chica que nunca va fijarse en ti.

– ¿Cómo estás tan seguro?

– ¿Acaso no te has visto? Puedes tener todo el dinero del mundo pero sin educación, sin proyección, vivirás bajo la fortuna de tus padres, bajo su sombra. No serás más que un fracasado con familia rica –con cada palabra, daba un paso hacia mí –la conozco, ella busca alguien con metas, responsable, organizado, alguien perfecto, alguien como... yo. –me reí en su rostro.

– Mira, rubiecito –mascullé con asco la última palabra –estoy seguro de tres cosas. Uno: tú no tienes ni idea de quién en realidad es ella, ella ni siquiera sabe quién es y qué quiere. Es un alma libre que ha estado enjaulada toda su vida. Dos –enumere con mis dedos –tú de perfecto no tienes ni el cabello –tomé un mechón de su cabello –porque hasta las puntas están quebradas y ásperas –apartó mi mano de su cabello.

– Imbécil. Tú...

– Y tercero –lo interrumpí –no conoces absolutamente nada de mí. Entre tú y yo hay una increíble diferencia dónde obviamente estás por debajo. Las mujeres prefieren los morochos. Es cuestión de tiempo, Barbie –empuje ligeramente su hombro, sonriendo cínicamente.

– Ya lo veremos –dio media vuelta y se alejó pero antes de desaparecer se detuvo y me miró una vez más –por cierto, si tú eres perfecto para ella, no entiendo por qué está buscando un apartamento para alejarse de ti –la sorpresa se reflejó en mi rostro. –oh... ¿Luciana no te lo había dicho? Oh que pena, lo siento –y desapareció. Respiré profundo él solo quería hacerme enojar. Sentía unas ganas irrefrenables de asesinarlo.

Los sollozos de Luciana al otro lado de la puerta disiparon mi ira, me acerqué temeroso.

- ¿Luci? –toqué despacio. –soy yo. El rubio se ha ido –confesé esperando que aquello la tranquilizara y me dejara entrar. Silencio –Luci, hermosa, ábreme, por favor –supliqué al borde de tumbar la puerta –estoy muy preocupado –sí no contestaba esta vez iba a tumbar la puerta, de seguro aún teníamos la sierra eléctrica en el cuarto de herramientas podría... presté atención, varios ruidos y luego el seguro había sido quitado. Mi respiración se agitó. ¿por qué estaba tan nervioso? Con cautela giré el pomo y una vez abierta, asomé mi cabeza. Mi sistema se descompuso. Luciana yacía sentada en el suelo con los ojos rojos e hinchados, la mirada triste y su cabello despeinado. Lucía miserable, destrozada. No pude evitar lanzarme al suelo para tenerla entre mis brazos. ¿qué le habría hecho ese desgraciado? La abracé con fuerza y tuve ganas de llorar con ella. –yo estoy aquí hermosa, yo estoy aquí –logré decir.

Atados al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora