Nicholas
- Y ahora ¿Qué hago Alice? ¿crees que la perdí? –Aquella vieja señora había sido mi pañuelo de lágrimas y lamentos desde que Luciana se había marchado del apartamento.
- Ay, mijo, claro que no –su voz segura me hizo sentirme un más tranquilo –ella te quiere, lo vi en sus ojos –tomó un sorbo de su café antes de continuar –sólo está en negación –estaba de acuerdo con ella, aun así me asustaba la idea de que la realidad fuera que Luciana no sintiera nada –dale tiempo.- ¿Más tiempo? Me he estado volviendo loco en estos días, ni siquiera fue a la clase que tenemos juntos. Quiero verla –confesé. Había pasado un mes. Alice alargó su mano y le dio un apretón a la mía por encima de la mesa.
- Tan solo ha sido una semana –bueno está bien no había sido un mes pero se sentía así – ¿y por qué no la buscas?
- Estoy seguro que no me quiere ver –achicó los ojos en mi dirección.
- ¿cómo estás tan seguro? –sembró la duda – ¿qué te hace pensar que ella no está sintiendo lo mismo o algo parecido? – ¿sería posible? – ¿por qué no lo averiguas? No hay nada que perder.
Con mi motivación renovada salí de la cafetería con una nueva idea en mente "hacer que ella me viera" porque siendo sinceros yo sí la había visto a ella varias veces de lejos mientras trabajaba e incluso sabía dónde estaba viviendo. Sí, me había convertido en un acosador por tal razón decidí bautizar a Alice y Layla en mis terapeutas amorosas, ellas me mantenían ocupado al tiempo que me aconsejaban sobre mi situación. No había mucho que hacer, era cierto; no podía simplemente secuestrarla hasta que aceptara su amor por mí o atosigarla para que abriera los ojos y se diera cuenta de lo que sentía. El amor es paciente había dicho Alice y bueno le daría su espacio sin desparecer por completo, podía hacer que me recordara jugando con su mente: un cliente que llevara mí mismo nombre, un cantante callejero cantando casualmente A thousand years, algún hombre parecido a mí que llegara a su lugar de trabajo, canciones en la radio y así pequeños detalles que le harían recordarme; Sin embargo, faltaba una estocada final, para ello busqué la ayuda de papá, quién al escuchar mi triste historia no dudó en apiadarse de mí. Años atrás, a él también le había tocado recurrir a la creatividad para conquistar a mi dura madre y si él lo había logrado siendo ambos un par de tozudos orgullosos, entonces yo también podía.
Pagó varios cientos de miles de euros para lograr que mi locura fuera vista por toda Santa María, lo bueno de tener un papá millonario. Logan se hizo cargo de la grabación y yo del sonido, así fue como le canté en el rascacielos más alto de la ciudad con la tristeza brotándome de los poros porque cada palabra iba cargada de una veracidad que dolía.
La policía apareció de repente, aunque no entendía muy bien por qué, si Fernando había pedido permiso también para utilizar la azotea de aquel edificio, aun así no iba a dejar que interrumpieran el mejor momento de la canción; la única salida que vi factible fue trepar a la torre de la azotea, peligroso, sí, pero me daría el tiempo necesario para culminar mi acto. Desde allá arriba le grité que un día era un siglo sin ella, era mi jugada final, la última carta sobre la mesa, sino de allí en adelante no sabía que más hacer, tendría que esperar era cierto pero... ¿Por cuánto tiempo?
Nos encerraron a Logan y a mí por alteración del orden público, los residentes se habían quejado del ruido y al parecer debíamos sacar una orden para dar un concierto, no bastaba con el permiso de los dueños de la edificación. Había firmado un compromiso y acababa de romperlo, iría a la cárcel sin duda. Layla hizo todo lo que estuvo a su alcance, nada fue suficiente, el contrato era claro, así que en este caso recurrimos a la artillería pesada. Mamá y papá se presentaron en la estación en la que tantas veces había sido encerrado –podían incluso colocar una foto mía como visitante del mes –e intentaron explicarlo todo, técnicamente la culpa había sido del señor Reinaldi quién omitió el pequeño detalle del permiso, se culpó así mismo e intentó establecer una conversación amistosa pero... la suerte nunca estaba de nuestro lado.
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Atados al Amor
HumorNicholas Reinaldi y Luciana Montgomery llevan una vida de felicidad por separado, por vivir casi en polos opuestos nunca se han conocido, hasta que por cosas del destino, una agencia inmobiliaria les vende el mismo. Apartamento y ellos se ven obliga...