Día de los malentendidos

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Capítulo 8

 

–     ¿Y ahora qué haremos? –le susurró Nicholas a Luciana. La chica se paseó desesperada por la sala, intentando no hacer ruido, ella estuvo a punto de contestarle algo como “¿Qué haremos? ¿Qué harás tú? Este es tu problema” o tal vez “arréglatelas como puedas” pero dada la situación de que vivían juntos, los culparían a ambos, así que tenía que pensar rápido –¿y si la matamos? –propuso el chico en susurros, ella lo fulminó con la mirada –yo solo decía –la puerta sonó otra vez y más fuerte.

–     Sígueme la corriente –Nicholas asintió, ambos caminaron a la puerta, Luciana de primera, quién al tomar el pomo de la puerta en sus manos, suspiró. Con su dedo índice y corazón se pinchó los ojos; abrió la puerta con los ojos un poco rojos y aguados, puso su mejor cara de tristeza y miró a la anciana mujer que echaba humo por lo oídos con carita de perrito regañado, la mujer de avanzada edad estuvo a punto de empezar a preguntarles a gritos si ellos habían tenido algo que ver con lo que le había sucedido a sus macetas, pero al ver su cara, su corazón se conmovió.

–     ¿Qué te ha pasado mi niña? –le preguntó con ligera preocupación, la chica como actriz profesional y mentirosa en formación, dejó escapar un falso sollozo, acompañado de unas cuantas lagrimas artificiales.

–     Mi abuela… mi abuela ha muerto –dijo con la voz entrecortada.

–     ¡Oh! Que terrible… -disimuladamente pateó hacia atrás pegándole al chico, quién se quejó y segundos después la remedó.

–     Sí, ha sido una de las perdidas más difíciles, estamos todos muy destrozados –y como si el chico se hubiera ganado un Grammy en actuación y un doctorado en mentiras, sus lágrimas y sollozos le salieron como mucha más naturalidad.

–     Me imagino, y ¿de qué ha muerto?

–     De Cáncer.

–     Paro respiratorio –respondieron ambos al mismo tiempo. –Eh… tenía cáncer en los pulmones y eso le produjo un paro respiratorio –improvisó Luciana.

–     Oh Dios mío, yo recuerdo cuando murió mi abuela…

–     ¿Todavía se acuerda? –le preguntó sorprendido el chico puesto que la señora no se bajaba de los 60, la casi anciana lo fulminó con la mirada –no es que diga que usted este vieja y que tal vez le falle la memoria, es solo que… digo que… es un suceso muy doloroso que no quieres ni recordar –intentó corregirse. La mujer optó por ignorarlo.

–     Sí, todavía lo recuerdo –le recalcó –voy apenas llegando a los 40 –Nicholas tosió para ocultar una carcajada –mi abuela era… -comenzó la señora adentrándose sin permiso alguno al apartamento y tomando asiento en el sofá, los miró y les hizo un ademán con la mano para que se sentaran, no sin antes darle un fuerte regaño a Nicholas por estar desnudo, el chico a regañadientes caminó al cuarto de herramientas donde tomó alguna ropa ya seca y se la puso, minutos después Nick se sentó y la señora empezó con su relato de su abuela.

Aproximadamente dos siglos después la señora terminó de contar la historia de su vida, ambos jóvenes estaban muertos de aburrimiento y con unas ganas tremendas de asesinarla.

–     En serio lamentamos mucho la muerte de sus dos abuelas, dos abuelos, la de su tía la lesbiana, su tía la bisexual y la normal, la de su primo el pervertido, su hermanastra, su amigo-hermano el travesti, la de sus 7 perros, sus tres gatos, sus 5 canarios, su vecina, sus amigas las prostitutas –Luciana tomó una bocanada de aire y continuó –la de su primer y segundo novio, la de sus amantes el chino y el africano, su prima-hermana la loca, la de su primer, tercer y octavo esposo, la de su sexta hija y su décimo tercer hijo, la de su trigésimo segundo, cuadragésimo octavo y noveno nieto y la de sus padres, mi gran, pero gran sentido pésame –concluyó la chica sin aliento.

Atados al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora