¿Qué pasó ayer?

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Capítulo 22


Escuché a alguien alguna vez durante mi etapa post-corazón roto decir: que la consciencia era soluble en el alcohol pero los sentimientos no, que tomar era perder la libertad frente al alcohol, que mucho alcohol traía más melancolía y así infinidades de frases que nunca tomé en cuenta, porque lo que realmente ansiaba era perder la consciencia, perder mi libertad hasta que se borraran mis sentimientos, hasta que no existiese mi pasado y se anulara mi futuro, que sólo fuésemos el presente y yo contra el mundo, sin importar que al día siguiente la nostalgia se multiplicara y me golpeara de lleno en el rostro. Ese es uno de los tantos efectos que tiene el alcohol: hacerte dejar de lado el mundo y quién eres temporalmente.

Sin embargo, entre todo ellos hay una secuela que nunca fue mi especialidad, que en mis tantos años de embriaguez jamás llegué a experimentar por completo, llegando a hacerme pensar que si no me pasó en la adolescencia entonces en la vida me pasaría, me hizo incluso creer que era inmune a ella. Que mi sangre en lo absoluto llegaría hasta ese nivel de saturación de alcohol dónde se desconectaría mi hipocampo, evitando que se generaran recuerdos a largo plazo, produciendo en consecuencia una laguna mental que tal vez en ningún momento de mi vida llegaría a recuperar. Yo nunca llegué a eso hasta este momento, dónde sentado con el sepulturero en su pequeña casita dentro del cementerio, lo escuchaba atentamente relatar los últimos acontecimientos realizados por mí que habían sido completamente ignorados por mi lóbulo temporal.

¿Cómo y por qué terminé en el cementerio? Eso es algo de lo que no tengo ni la más mínima idea pero ¿cómo terminé en la vieja y desgastada casa del sepulturero tomándome un café con él? Eso lo recuerdo perfectamente como si hubiese ocurrido hace veinte minutos.

Los rayos de sol chocaban contra mi cuerpo de una manera diferente a las anteriores, lo sabía porque los podía sentir calcinando mi piel directamente como si estuviese expuesto en todo mi esplendor, como si estuviese tan cerca. Me removí incómodo. Mis manos tantearon un terreno extraño que mi cerebro retardadamente pudo reconocer como arena. Tenía arena en mis manos. No, estaba acostado en arena. ¿Por qué estaba acostado en arena? Lentamente mi cerebro fue encendiéndose, yéndose y regresando a la realidad unas cuantas veces. Mis parpados intentaban fallidamente abrirse, viéndose encandilados por la luz. Observé al cielo con dificultad y un cúmulo de imágenes se reprodujeron atropelladamente en mi cabeza, produciéndome una fuerte punzada acompañadas de un fuerte mareo, mis ojos volvieron a cerrarse fuertemente. Mi mano izquierda se movió con letargo hasta mi sien, proporcionándole un ligero masaje.

En vano traté de levantarme; mi mano derecha quedó a mitad de camino, algo le impidió seguir moviéndose. Levanté el rostro y posé mi mirada en el objeto extraño que se aferraba a mi muñeca con firmeza. Me tomó más de la cuenta entender que estaba desnudo en medio de un cementerio esposado a la rejilla de una tumba. Fruncí el ceño ¿cómo había llegado hasta allí? Los recuerdos de la noche anterior volvieron a abofetearme.

- Luciana... –me escuché susurrar. Su ausencia me cayó como un balde de agua fría. Examiné con desesperación a mi alrededor sin tener éxito, sin embargo aquella desesperación fue rápidamente reemplazada por terror, la resaca se esfumó por unos segundos y todo el aire abandonó mi cuerpo. Un grito ahogado se escapó de mi boca al darme cuenta del muerto que yacía a mi costado. Retrocedí con pavor hasta donde las esposas me dejaron pero solo conseguí romperle el brazo en el proceso y era que no me había dado cuenta que mi izquierda también estaba esposada, esposada a la mano del cadáver.

Como si el viento de la rosa de Guadalupe me hubiese tocado, el aire regresó a mis pulmones y de inmediato sin poder contenerme un grito de ultratumba salió disparo de mi ser ahuyentando a la manada de cuervos que residían en el lugar. Coloqué con escepticismo mi brazo izquierdo en frente sólo para observar si en realidad la mano del hombre colgaba de las esposas ante mis ojos. Mi boca no pudo contener las emociones que amenazaban con explotar en mi interior y el vómito fue inminente.

Atados al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora