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Human.

Jolene arrugó las cejas en cuanto oyó como un soldado golpeaba los barrotes de la celda en la que estaba encerrada. Tenía el cabello pegado al rostro por el sudor y le costó un poco quitárselo de los ojos, pero en cuanto lo consiguió, los gritos de aquel soldado la hicieron despertarse del todo. Definitivamente necesitaba un corte de pelo.

— ¡Despierta!— Gritó.

Jolene se sentó sobre el colchón gastado que le habían puesto como cama y se rascó la nuca. Ni si quiera se habían molestado en darle una manta o una almohada para no sentir que dormía sobre el sucio suelo de una cárcel. De todos modos, hacía demasiado calor como para taparse. Ella trató de recogerse el cabello, pero en cuanto dobló los brazos se percató de que estaba encadenada. Siguió las oxidadas cadenas con los ojos y estás estaban enterradas en la pared que se encontraba detrás de ella. Estaba encerrada, con dos soldados custodiándola constantemente día y noche ¿Realmente era necesario ser atada?

Gruñó y se quitó las lagañas de los ojos con la yema de sus dedos, pero tuvo que doblar su espalda hacia adelante para que sus manos pudieran tocar su rostro. Estaba tan bien encadenada que casi no podía moverse, y mucho menos levantarse.

— ¿Tu eres el delincuente más buscado del Distrito de Trost?— Uno de los soldados habló sin ni siquiera voltear a verla. — Sólo eres una niña malcriada.

Jolene apretó los dientes. Los pocos años que su madre la había criado, había aprendido que no debía gritarle a un mayor y mucho menos a un soldado que daba la vida por la seguridad de los muros y de la gente que vivía dentro de ellos. Pero había dos pequeños detalles que se le olvidaban.

Shekina estaba muerta y Jolene ya no era la misma.

— No tienes idea...— Sabía que se arrepentiría más tarde, pero se limitó a hablar con la cabeza agachada, mirando sus pies descalzos.

Aquel soldado se volteó al oírla.

— ¿Qué dices, basura?

— No tienes idea de lo que ellos pueden hacer... No sabes todo el daño que han causado porque has tenido una vida pacífica dentro de los muros y todos ustedes son unos cobardes.— Su ojos se aguaron y la garganta le quemaba; levantó la cabeza en menos de un segundo y gritó.— ¡No tienes idea de lo que son los titanes!

Su voz hizo eco en todo el lugar y aquel soldado se quedó petrificado sobre sus pies, como si le costara procesar todo lo que Jolene había dicho. En cuanto reaccionó, arrugó las cejas sobre su nariz y aunque ella se arrepintiera mantuvo la cabeza en alto. Apretaba tan fuerte los dientes que sentía que se le romperían en cualquier momento y las cejas le temblaron ya que habían estado arrugadas un buen rato.

— ¡Mocosa desagradecida!— El soldado gritó a todo pulmón y Jolene entrecerró los ojos. — ¡Le debes tu vida al capitán Levi! ¡Él se compadeció de ti y de no ser por eso las Tropas Estacionaras ya te habrían asesinado!

Los sentidos de Jolene se pusieron alertas en ese momento, como si le hubieran contado la noticia de su vida. ¿Capitán Levi? ¿Era el Levi que ella conocía?

— Levi...— Tartamudeó en voz baja y con los ojos muy abiertos.

Rebuscó en su memoria y apenas pudo recordar bien su imagen. En aquel momento el era mucho más alto que ella, pero todo el mundo le decía que era muy bajito y al el le molestaba que dijeran esas cosas. De todos modos sus pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido de una puerta cerrándose. Alguien había entrado en la cárcel.

Hanji entró al lugar con las manos descansando sobre sus caderas y una sonrisa deslumbrante decoraba su rostro mientras que sus ojos brillaban igual de intensamente que siempre detrás de sus gafas. Ella sabía el trabajo que les estaba costando a las Tropas Estacionarias encontrar a Jolene, pero no le sorprendió para nada que la Legión de Reconocimiento tuviera que interferir para atraparla.

Young Blood |Levi Ackerman|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora