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Destroying their dreams.

Yuka Cariad se había graduado como un soldado en el año 835, a la edad de quince años quedando entre los diez mejores de su clase, en séptimo lugar para ser precisos. Ese pequeño detalle le dio un gran empujón en su solicitud para entrar en la Policía Militar y así salir de la pobreza que su abuela y su hermano enfrentaban todos los días que ella se encontraba en entrenamiento.

Yuka era considerada la más bella del campo de reclutas por todos. Poseía ojos celestes, cabello azabache y un mechón blanco en su flequillo como marca de nacimiento. Ella lo odiaba. La hacía resaltar entre los demás cadetes y al encontrarse en una zona tan cercana a su rostro se le hacía imposible poder ocultarlo. Era una característica que nadie tenía, además de ella y su hermano menor, Daichi, quién solo contaba con cuatro meses de nacido y ya se le veía el familiar mechón blanco.

— Tu padre lo tenía.— Decía su abuela refiriéndose a la marca de nacimiento mientras revolvía la sopa con una cuchara de madera gastada.— Tu abuelo también y yo daría lo que fuera por despertarme todos los días con los rayos del sol colándose por mi mechón plateado.

El sueño frustrado de su abuela era ser escritora. Había creado un mundo totalmente diferente en su cabeza, fuera de los muros y sin el riesgo a ser devorado por un titán desde hacía años. Pero todo lo relacionado con el mundo exterior estaba prohibido dentro de las murallas, así que decidió abandonar por completo su sueño, conservando solamente las palabras dramáticas y los silencios varados que sólo sus nietos conocían de pies a cabeza.

Yuka se jalaba esa área del cabello con una mueca en el rostro. Por más que se lo cortara desde la raíz, el color blanco no desaparecería. Ya lo había comprobado porque antes de entrar al campo de reclutas se había cortado todo el cabello desde el nacimiento, unos pocos centímetros antes de su cuero cabelludo. Y el mechón volvía a aparecer en su vida a penas los pelos volvían a crecer en su cabeza.

— Estoy segura de que Daichi lo amará y no tendrá ese complejo estúpido que tú tienes con tu mechón. — Comentó la mujer para luego llevarse la cuchara con sopa a la boca para sentir su gusto. Al darse cuenta de que casi no tenía sabor, sus ojos volaron hasta la alacena, buscando la sal. Pero ya no había.

La chica del mechón vivió durante casi toda su infancia en el Distrito Karanese, al este del Distrito de Trost, en las afueras de la muralla Rose. La única razón por la que había entrado al ejército era porque quería entrar entre los diez mejores y así vivir dentro del muro Sina, para sacar a lo que quedaba de su familia de la miseria. Y es que trabajaban tanto que debían dejar a Daichi con una vecina, pero aun así el dinero no les alcanzaba y apenas podían comer.

Yuka había pensado en la ridícula idea de vender a su hermano, pero jamás se lo dijo a su abuela. No quería provocarle un infarto o escandalizarla al punto de matarla.

A los catorce años, a su abuela no le quedó más opción que vender el pelo de su nieta, cortándole todos los mechones desde el nacimiento incluido su tan famoso mechón blanco. Consiguieron el dinero suficiente como para que no echaran a la pequeña familia a la ciudad subterránea, pero al año siguiente nació Daichi, su medio hermano. Los gastos aumentaron el doble, su madrastra murió y su padre desapareció de la faz de la tierra, abandonando a Yuka y al recién nacido con su abuela.

— No te odio, pero si mueres me harás muy feliz. — Decía la chica todas las noches hacia el dibujo que tenía de su padre en la mesa de noche. Y es que, los había tirado a la basura como si fueran ratas indeseables. Si no quería tener otro hijo ¿Por qué no simplemente abandonaba a su novia?

Pero Yuka, de alguna forma también lo entendía. Ella tampoco quería a Daichi, a pesar de que el fuera una copia exacta de su hermana. Más de una noche se había levantado a la madrugada, con los pies fríos sobre el cemento del piso y caminando a paso lento hasta la sala, dónde se encontraba la cuna de su hermano. Y aunque al día siguiente tuviera que volver al campo de reclutas, le expresaba su odio con lágrimas y la voz quemándole.

Young Blood |Levi Ackerman|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora