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The flower she saved.

De vez en cuando su abuela solía contarle la vieja historia del mono que quería alcanzar la luna, pero Daichi no lo entendía. Ni siquiera sabía qué era un mono y porqué quería tocar algo tan lejano e inútil como lo era la luna en ese entonces. Yuka se reía cada vez que la oía y empujaba la silla con las piernas para retirarse del comedor, dejando un camino de migajas de pan por dónde sus pies había pisado los azulejos. Siempre se llevaba algo de comida cuando cenaban juntos, dando la impresión de que odiaba estar acompañada.

Daichi ni siquiera hablaba en ese entonces, pero recordaba con exactitud las carcajadas egocéntricas de su hermana y era incapaz de olvidar el aroma de la comida que su abuela preparaba. Era capaz de recordar todo lo que lo rodeaba, pero no podía recordarse a sí mismo. Lo que había hecho mal.

Una noche, el mono quedó fascinado por la imagen de la luna. Se veía distorsionada, como si fuera reflejada por un enorme espejo. Resplandecía plata brillante y esta desembocaba en las pupilas del animal, también contagiándolas de destellos. ¡Era tan blanca como tu mechón, Daichi!

Yuka vivía para destruir todo a su paso. Amistades, compañeros, fidelidad... Y, aun así, todo el mundo estaba fascinado por su insistente amor a la libertad y a la humanidad en sí. Era una gran farsante, pero tanta gente creía en ella que Daichi se vio obligado a confiar de la misma manera que los demás.

Él trató de imitarla sabiendo que todo era otra de sus mentiras. La imitó para obligarse a vivir.

El mono saltó sobre el cuerpo de la luna, tratando de robarle aquel fulgor tan propio de un ser que nos protege todas las noches y... Oh... ¡Espera! ¡Debo terminar la comida!

Su hermana era su única amiga y, después de la muerte de su abuela, también se convirtió en las cenizas de su incinerada familia. Pero ella lo odiaba, y el chico lo tenía más que claro. Porque Yuka ni siquiera dudó cuando escribió esa carta...

Se sentía inútil. Un solitario inútil. ¿Qué clase de amiga haría lo que hizo aquella malnacida?

Yuka no era valiente. Tampoco desbordaba determinación. Los titanes eran su última preocupación y si deshacerse de ellos realmente fuera su sueño, la Policía Militar habría sido la división a lo que jamás pensaría en unirse.

¿Se había esforzado tanto para quedar entre los diez mejores de su clase con la excusa de sacar a su familia de la miseria?

Mentira.

Yuka era horrible y Daichi sollozaba todas las noches preguntándole las razones una y otra vez. Aunque ella no estuviera presente en la habitación.

— ¡¿Es mi culpa que papá se haya ido?!

Yuka sólo se preocupaba por sí misma.

— ¡¿Si quiera querías a mi mamá?!

Yuka era muy buena engañando a los demás.

— ¡¿La abuela murió porque yo no pude cuidarla?!

Yuka...

— ¿Tú me odias porque conozco lo que realmente eres?

Era de lo peor.

Daichi había conseguido entrar al ejército con once años, doce meses menor de la edad requerida para soportar el pesado entrenamiento. Su hermana mayor había enviado una carta de recomendación al Gobierno Central y, después de muchas semanas de discusión por parte de los oficiales de rangos privilegiados, sorprendentemente lo aceptaron. Sus futuros compañeros rumorearían que el rey había influenciado en aquella decisión, pero era sólo eso. Un rumor. Un rumor que, mientras Daichi más pensaba en él, más fuerza y sentido tomaba.

Young Blood |Levi Ackerman|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora