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Who's the enemy here?

El calor de los cobertores se sentía bastante fuera de lugar si consideraba el hecho de que el colchón no había conseguido secarse del todo. Se sentía frío en el centro, como si un pedazo enorme de hielo se hubiera formado a pesar de los resortes y el relleno, y todo era culpa de Levi. O de Jolene por no cumplir con los horarios de descanso.

Pero eran casi las doce del mediodía y a pesar de que la chica había dormido poco y nada no parecía tener sueño. El resfriado había empeorado mil veces; el interior de su nariz era cera derretida, su voz parecía ser triturada antes de salir por su boca y a pesar de que el sol secara todo a su paso, Jolene sentía muchísimo dolor en las extremidades con el más mínimo viento rozándola. Levi no le dio más vueltas al asunto, y le otorgó un día de descanso — aislamiento— por el bien del escuadrón.

Eren se ofreció a cuidarla durante todo el día, pero ella se negó. Se negó porque esperaba la visita de alguien que llegaba y se iba cuando se le daba la gana, alguien que apareció abriendo la ventana desde afuera justo cuando Jolene pronunció su nombre con aquella voz interna que nadie puede oír.

— No sería una mala idea si pusieras unas cortinas. La luz es la peor enemiga de la fiebre, y de todo. — Durante el transcurso de los últimos días Jolene comprendió que Daichi odiaba el sol, las velas, y hasta le pareció bastante creíble lo disgustante que sería para él sentir el reflejo de la luz sobre el agua dando justo en sus ojos. ¿Acaso tener los iris increíblemente claros los volvía más sensibles?

Jolene ni siquiera se inmutó cuando pensó que la voz del chico no era más que una alucinación. Pero al oír como el tan familiar sonido de las botas del uniforme militar chocaban contra el piso, supo que aquella alucinación era muy real. También ese tintineo que colgaba de su cuello y lo acompañaba a todos lados.

Daichi se recostó en el suelo, a un lado de la cama de Jolene, y observó el montón de edredones sobre el cuerpo pesado de la chica debajo de ellos. Respiraba con pesadez y jadeaba un poco gracias a la falta de aire. La castaña movió un poco las frazadas hasta que la mitad de su rostro quedó al descubierto, chocando con los ojos y el mechón desteñido de Daichi y se dio cuenta de que respirar era casi como inhalar agua helada. Aun así no pudo negar que se sentía bastante relajante tener la nariz destapada.

— ¿Dónde estabas?— Fue lo primero que Jolene cuestionó, forzando la voz e intentando tragar el constante carraspeo pegajoso en su garganta. Los mechones enredados y bastante rígidos de su flequillo le hacían cosquillas en las pestañas y el puente de su nariz. Sentía escalofríos cada vez que rozaban con las cicatrices.

— En el depósito, como me lo pediste. — Respondió apoyando la nuca sobre sus antebrazos, mientras su tono de voz se oía levemente burlón.

— Eso es mentira. — Inhaló con fuerza. — Ayer fui a buscarte, pero no te encontré.

Daichi levantó el dedo índice en el aire para hacerle entender que no siguiera hablando y se quedó observando el techo un buen rato, como si buscara algo en específico.

Estornudó con tanta fuerza que casi llegó sentarse.

— ¿En serio?— Suspiró, recuperándose y volviendo a recostarse en la fría cerámica. — Que extraño. Aunque, ahora que lo pienso, ese depósito es muy espacioso. Quizás sólo no me viste.

— Con suerte caben dos estantes. No trates de engañarme.

Jolene se quejó casi pegando patadas debajo de las mantas, pero no fue capaz de moverse como le hubiera gustado. Daichi rió con un aire vago, algo bastante común en él.

— No estoy mintiendo, pero está en ti creerme o no.

— Bien. Entonces contéstame. — Apoyó los codos sobre el colchón y al instante se arrepintió. Sintió que le rebanaron la cabeza en pedazos.

Young Blood |Levi Ackerman|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora