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No need to say goodbye.

Todos los soldados que había tenido el mínimo contacto con el capitán Levi, fueran de rangos altos o no, estaban completamente de acuerdo de una cosa: Él era un amargado de mucho cuidado. Y a pesar de que su rostro dejaba en claro que era una persona bastante flemática y seca, sentía muchísimo más que cualquier ser viviente en el mundo. La máscara que llevaba puesta todos los días de su vida era solamente una distracción.

Y aquella tarde luego de prestarle su libro favorito a Jolene, el tan familiar sentimiento de amargura se abrió paso por sus sentidos conociendo el camino de memoria. Se quedó parado en medio del campo de entrenamiento por un buen rato, casi contando las pisadas que Tamashi daba hasta perderla de vista una vez que se adentró en el cuartel. Podía sentir un pequeño ardor a las orillas de sus retinas gracias a los rayos del sol que insistían en quedarse, y fue como si estar cegado por una milésima de segundo lo obligara a indagar en sus promiscuos sentimientos.

La amargura no era más que el envoltorio de un pesar muchísimo peor. Se sentía culpable. Tan culpable que estuvo a nada de buscar a Jolene para disculparse por una razón que hasta él mismo desconocía. Estuvo pensando en ello tan profundamente que antes de darse cuenta a la mañana siguiente se encontraba de pie frente a la puerta de la oficina de Hanji, ubicada en el edificio que los soldados de la Legión de Reconocimiento utilizaban como morada, en Trost. Ordenó a sus subordinados permanecer en el cuartel y, aunque Erd y Auruo se ofrecieron a acompañarlo, Levi se negó rotundamente.

Tenía un asunto pendiente. Pero en el instante en el que se percató de que llevaba quince minutos mirando la puerta de la oficina de Zoe, supo que jamás se había encontrado a sí mismo titubeando de tal manera. Sabiendo que hacía y al mismo tiempo no. Con los ojos clavados en un lugar, pero observando algo que no estaba allí.

Ese día, Levi no encajaba consigo mismo.

Sus nudillos rebotaron dos veces sobre la puerta, haciéndole entender a Hanji su presencia fuera del cuarto. La mujer soltó los papeles que leía y releía sobre el escritorio y caminó hasta el otro lado de la habitación para jalar el pomo de la entrada hacia su estómago. Había estado toda la madrugada analizando los informes de la revisación a los equipos de los soldados dentro del Distrito, con la esperanza de encontrar algo que llamara su atención. Algo que apuntara al culpable de la muerte de Sawney y Bean. No hubo éxito.

— ¡Hola, enano!— La mujer saludó al capitán con el mismo ánimo de siempre, pero él tenía tan pocas ganas de hablar que simplemente se adentró en el cuarto, rechazando por completo la bienvenida de Hanji. — ¿Ni siquiera un "buenos días"? Estoy aquí desde ayer y lo menos que me merezco es un desayuno, ¿no crees?

— Cierra la boca...— Se paró justo en el centro de la habitación, encarando al escritorio mientras mantenía los brazos cruzados y sintió la pesada holgazanería en cada parte de su cuerpo. Si pudiera, ni siquiera hablaría, pero justo para eso había acudido a Hanji.

— Ah, estoy cansada. — Zoe arrastró las palabras con el mismo fastidio que sus pies y cerró la puerta de un azote. Caminó hasta el otro lado de la mesa de madera con la espalda encorvada y se desplomó sobre la silla casi como si se hubiera desmayado. — ¡Estoy muriendo!

— No exageres. — Masculló Levi.

— ¡No exagero! ¡Mis huesos se desintegran!— Se frotó los ojos con la yema de los dedos y finalmente enderezó la espalda. No pudo evitar bostezar. — ¿Se te ofrece algo?

— Sí. — Respondió sin rodeos.

— ¿Qué es?

— Es sobre Jolene Tamashi.— Hanji apoyó los codos sobre su escritorio, como si el hecho de ver a Levi más de cerca fuese a ayudarla a comprender lo que el azabache necesitaba antes de decírselo.

Young Blood |Levi Ackerman|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora