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Good person.

Horas antes, el sol matutino se filtraba por la ventana de la habitación compartida como un foco blanco y resplandeciente. Las cortinas de fibras delgadas y livianas ondeaban dentro del cuarto como velas, dejaban entrar la brisa y hacían cosquillas en las pestañas rubias, soñolientas, de Annie. Uno de sus ojos celestes se abrió solo para ser cegado por la luminosidad de la mañana, mientras el otro se mantenía cerrado sobre la suave tela de su almohada. Cuando se sentó en su cama, enroscada entre sábanas blancas sobre un colchón bastante amplio a comparación de su menudo cuerpo, se encontró con la escalera de madera que ascendía hasta la litera de arriba. A Annie le habría encantado tener un cuarto para ella sola, pero las habitaciones individuales no sobraban en la Policía Militar y mucho menos para aquellos que llevaban poco tiempo prestando servicio. Hitch Dreyse definitivamente no era el tipo de compañera modelo por el que la rubia habría optado. Si hubiese estado en su poder, quizá habría elegido a alguien de carácter apático, silencioso e indiferente. Alguien que definitivamente no le representase un potencial obstáculo a futuro. Pero Hitch, como era de esperarse, no cumplía ni el más mínimo de sus requisitos. Era ruidosa, molesta e inmadura; su total opuesto. La joven de cabello corto, crespo y rubio ceniza, parecía tener un talento excepcional para disfrutar de las burlas hacia sus demás compañeros. Sus ojos color ámbar buscaban incansablemente a su próximo objetivo de carcajadas, mientras en sus interiores soñaba con beneficiarse del sistema corrupto e injusto de la Policía Militar.

Sin embargo, su constante expresión de gato mordaz se veía disuelta en un rostro repentinamente perplejo cada vez que los superiores, haciendo honor a su fama de deshonestos, volcaban todos sus deberes en los cadetes novatos como ella, los que no tenían ningún poder de decisión ni de declinación. Hitch comprendió lo poco que había planeado sus objetivos dentro de la Policía Militar cuando se percató de que, antes de poder beneficiarse del sistema corrupto, debía sobrevivir a él.

Eso mismo pensó Marlowe Freudenberg, un soldado que vivía en la misma residencia, y que no pudo evitar sentirse increíblemente impotente cuando un superior de rostro hundido y barbilla puntiaguda le lanzó los papeles con el plan para escoltar a cierto carruaje por la ciudad hasta el interior de Sina, cuyo pasajero parecía ser tan relevante como frágil, porque incluso si nadie estaba en contra del rey dentro de los muros, la Policía Militar parecía estar en la necesidad de proteger a su visitante de un peligro que ni ellos mismos podían, ni parecían querer, imaginarse. Cuando aquel despreocupado e irresponsable superior apartó las manos del plan y dejó que Marlowe sostuviera los papales con una expresión confusa, declaró que tenía asuntos importantes que atender y se adentró descuidadamente en un cuarto atiborrado de nubes grises de humo. Marlowe, Hitch, Annie, y todos los cadetes novatos presentes en el pasillo, pudieron apreciar al fondo del despacho las figuras de otros cuatro oficiales apostando sobre una mesa redonda, todos sosteniendo gruesos habanos en el borde de los labios mientras escupían opacas auras de tabaco, aliento a whisky y cerveza. Brindaban más por la euforia de la borrachera que por un acontecimiento de importante positividad.

Marlowe no era una mala persona. A pesar de tener el vehemente deseo de irrumpir en la sesión de apuestas de dudosa procedencia de sus superiores, apuntarlos con su rifle y amenazarlos de muerte si no cumplían con su trabajo, aceptó los documentos que detallaban el plan de escolta y asumió el liderazgo entre sus compañeros sin que nadie sugiriera nada. Ninguno le negó el mando, ni siquiera Hitch, que parecía haber tenido una mala noche porque andaba bostezando con las mandíbulas abiertas de par en par y ya no le hacía gracia burlarse ni de la nobleza ingenua de Marlowe, ni tampoco del atemorizante rostro de Annie cuando dormía. A diferencia de Hitch, el soldado masculino de nariz ganchuda y corte de taza, pretendía subir de rango en la Policía Militar para lograr conseguir tal posición que le permitiera intervenir en el rendimiento de los capitanes y líderes corruptos. Marlowe deseaba acabar con la deshonestidad de la rama militar que servía al rey tanto como Hitch anhelaba subirse a esa engañosa ola de corrupción y usarla a su favor, dominándola como un jinete prodigio montando un caballo salvaje. Por su lado, Annie no compartía ni las razones ni los sentimientos de aquellos dos soldados opuestos. Sin embargo, mientras se mantenía ajena a su compañera de cuarto, no podía evitar ver en las acciones nobles y rebosantes de determinación de Marlowe a cierta persona que conocía de sus épocas de entrenamiento. Un soldado cuyo deseo de salvar, o destruir, era tan poderoso que lo arrastraba contracorriente y lo cargaba de tanto valor como burlas.

Young Blood |Levi Ackerman|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora