2. Chica sin nombre

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—¿Qué miras? —su tono despectivo me despertó del embrujo.

—Yo, eh, bueno, soy Tyler —me presenté intentando evadir el contacto visual.

—¿Tyler? No, no me suena ¿eres nuevo? —preguntó, aunque por la manera de expresarse sabía que eso poco le importaba.

—Amm pues sí —pasé una mano por mi nuca, incómodo.

—Vale, te lo explicaré rápido, este sitio es mío así que fuera —me dijo frívola y seria.

—¿No me dirás tu nombre siquiera? —pregunté intentando entablar una conversación.

—Puedes vivir sin saberlo —respondió seca.

—No eres muy fácil de tratar... —objeté.

—Exacto y como soy tan arrogante, te digo que te vayas —me volvió a echar frunciendo el ceño, molesta.

Mantuve contacto visual unos segundos y bastó eso para ceder a su petición. Te hacía sentir una hormiga ante los pies de un elefante, aun así le rodeaba un aura taciturna que incitaba a acercarse más y... En fin. Por una parte pensaba ignorarla al igual que el resto y otra me pedía a gritos que continuara el rompecabezas.

Regresé a casa, mi madre solo levantó la vista del portátil para saludarme y volvió al trabajo, supuse que tenía un caso importante, mi padre hoy parecía más ocupado, pues se había encerrado en el despacho. Yo seguía repasando con la mirada lo visto hoy, me quedaba con la textura del cuerpo de Rebecca, y con la imagen de una chica sin nombre que velaba como un espectro la azotea. Su nombre, necesitaba saberlo.

Estuve buena parte d ela tarde organizando mi cuarto, y al terminar, me tumbé en la cama buscando nombres que le encajaran, de pronto, escuché el timbre de la puerta, agudicé el oído para saber de quién se trataba.

—Oh, cuanto tiempo querida. Está en su cuarto, sube anda.

—Me alegra verla, señora Wells.

Y en cuestión de segundos tenía a Rebecca en el umbral de la puerta, que me robaba los pensamientos y me cautivaba con el aroma a vainilla que emanaba.

—¿Se puede? —avanzó hacia mí y me incorporé.

Cerró la puerta con el pie sin dejar de mirarme con esas dos joyas verdes que llevaba por ojos, unas pupilas dilatadas me chivaban sus intenciones. Yo solo tiré de ella, y abrí su blusa rosa pastel, volví a inspirar con fuerza y seguí buscando el tacto de su piel desnuda, tostada por el sol, de un color similar al de la canela. Le bajé los vaqueros claros para saborear sus muslos, y el resto de la ropa se fue sola. Las ganas mantenían una llama incandescente, y quemaba el tocarnos. Tal era el deseo que me importaba un bledo que mis padres estuvieran en el salón, ella estaba de vuelta y me moría por besar todos los centímetros de su piel.

La tarde se fue volando, acabé agotado, con la boca seca y me estaba entrando un hambre voraz. Propuse pedir una pizza, Rebecca, desnuda, aceptó la propuesta de inmediato, y a mi me costó concentrarme hasta que me echó una pequeña riña. Al salir, mis padres me miraban enarcando una ceja, como diciendo «Tayler, ¿crees que somos tontos y no sabemos que acabas de hacer en esa habitación?» ignoré que eran conscientes de ello. La pizzería estaba a un par de calles, al lado de un pequeño estanco. Al llegar casi a la puerta, vi a la chica peliblanca de la azotea dirigirse al estaco alejándose de una moto que quitaba el aliento, era preciosa, totalmente negra sin contar algunos detalles plateados que destellaban en esa noche sin luna. No era consciente de que estaba al lado de la moto venerándola prácticamente. Tenía el grabado de una B y una S hechas con una laboriosa caligrafía ¿serían acaso sus iniciales? A decir verdad algo en ella me era familiar, no tenía ni idea de porqué.

Tras el Humo de su Cigarro  [ Finalizada ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora