3. Adrenalina

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—Con que Blake Stone, está diluviando y tu aquí.

—¿Te molesta? —me dice mirando hacia el cielo completamente empapada.

—No sé, no hace precisamente calor para mojarse, ni mucho menos estar en tirantes.

—¿Ahora te preocupas por mí? —dice con incredulidad y sarcasmo, lanzándome de reojo una mirada tan helada como el tiempo que hacía.

—Solo manifiesto la poca lógica que tiene —me encogí de hombros.

Ella no parecía sentir ni pizca de frío, el agua no le molestaba, todo lo contrario, apostaría una gran suma de dinero a que le relajaba. No era consciente de lo embelesado que estaba con la visión que tenía de su cuerpo, mientras buscaba significado a los tatuajes que decoraban parte de sus brazos y hombros.

—¿Qué es lo que miras tan atentamente? —se aproximó a mi, y no sé si fue su mirada volviéndome transparente o tenerla tan cerca lo que prácticamente me causó un mareo.

—Na-nada —tartamudeé.

Suspiró como si pidiera paciencia.

—Ya sabes mi nombre, déjame en paz. Y si no te importa, podrías secarte la baba que te se te cae de tanto mirar —me fulminó.

—Vale, vale —me parece que mis ojos habían tomado vida propia.

—Eres peor que un dolor de muelas —masculló.

Sacó un cigarro de la cajetilla e ignorando mi presencia se fue de la azotea. Y yo, como si tratara de un perrillo, la seguí a donde quiera que fuera. Acabamos en el cobertizo de materiales del gimnasio, sentados entre un montón de trastos, escondidos en la esquina más remota, oculta por varias estanterías metálicas.

—No hay manera de deshacerse de ti eh —resopla.

Coloca el cigarro de antes entre sus labios perfilados y teñidos por un pintalabios de un color oscuro, los presiona para que no se caiga y una pequeña llama se enciende aumentando la tenue luz del lugar. Expulsa el humo creando una neblina casi sobrenatural y se pierde en su propio hechizo cuando se coloca los auriculares. Yo permanezco en silencio, escuchando las gotas de lluvia golpear contra diversas superficies metálicas. No era muy fan del olor a tabaco, pero esos cigarros negros tenían un aroma con algunas inclinaciones al del incienso. La peliblanca temblaba por momentos.

—Tienes frío —afirmé.

Ella se encogió de hombros.

—No puedo hacer nada al respecto.

—Quitarte la ropa mojada, por ejemplo —sugerí ignorante de la insinuación.

Sujetó con el pulgar el final del dedo corazón y lo disparó contra mi cabeza haciendo que por un momento cerrara los ojos, fue como una vacuna pero en toda la sien.

—Eso por pasarte de listo —gruñó.

Sin embargo, casi sufro un infarto cuando se quitó la camiseta, vale que estaba dada la vuelta, aun así... Me temblaron las manos pidiendo proximidad a ese cuerpo de muñeca de porcelana. Cogió de una bolsa que había al lado una de esas camisetas para jugar al baloncesto, podía sentir como la miraba con desagrado, aun así se la puso. Volvió a acomodarse y puso a reproducir música otra vez.

—¿Qué canción escuchas?

—Alguna —musitó.

Me ofreció un auricular y yo quise ver ahí un inicio de amistad, lo acepté con entusiasmo. Lo que experimenté fue incluso más placentero que un orgasmo. Su música no era precisamente alegre, pero la profundidad de las letras, sus compases irrepetibles y ella, a mi lado, llenando el estrecho habitáculo de humo, la piel de nuestros brazos rozándose aun sin pretenderlo y que se te cerraran los ojos para entrar en un plano lejano al planeta, era el embrujo más deseado.

Tras el Humo de su Cigarro  [ Finalizada ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora