25. Desfile de horrores

112 13 0
                                    

Cuando nada de lo de tu alrededor te interesa, descubres la capacidad que tienes de llegar a quedarte tan absorto que dejas de ver que hay frente a ti para mirar lo que transcurre en el interior de tu cabeza. A veces ni siquiera son imágenes claras, pues el paso del tiempo es traicionero y distorsiona la realidad, pero quizá lo que no llega a hacer desaparecer -interiorizando lo suficiente- es esa sensación que tenías en aquel preciso instante que sólo se transforma en dolorosa nostalgia cuando reconoces que ya no estás en esos momentos y que las películas dignas de los mejores premios cinematográficos que te inventes no van a modificar la realidad, solo alejarte de ella cuando no soportes su crudeza.

Yo definitivamente no la soportaba, pero tampoco aguantaba mi mente, porque me era imposible fantasear algo bonito aunque fuera tan solo por sentirme con un ápice de ganas de vivir. Suena dramático, pero había visto de lo que el padre de Blake podía llegar a ser capaz y me daban náuseas solo hacerme a la idea de como podía haber finalizado la acalorada conversación de esa tarde cuando la travesura se convirtió en una granada sin pasador destinada a estallar.

Estaba terminantemente castigado, por lo que un fin de semana sin poder inhalar una bocanada de aire fresco, cuando vivía con una ansiosa presión constante en los pulmones que hacía que quisiera hincarme las uñas en el cuello tratando de buscar el modo de respirar mejor, podía convertirse en un infierno.

Durante las siguientes 48 horas apenas tuve contacto con nadie y había estado evitando enfrentarme a esto, al estar solo tanto tiempo, pararme y pensar un momento, pues desde que empezó el curso había vivido demasiado rápido. Ni siquiera saqué nada en claro, era un puzle en el que nada encajaba, un rompecabezas con más colores que caras. Intenté estudiar, pero por más que lo leía no me interesaba, mi mente rechazaba lo que trataba de memorizar y me descubría a mí mismo estático con mil hipótesis vagando por mi cabeza.

Pasaría a la historia como aquella persona que deseó desde lo más profundo de sus entrañas que llegara el lunes e ir a clase. Y a pesar de que lo anhelé con todas las ganas que pude, la azotea vacía fue una patada en el estómago, todo mi mundo se reducía a verla y aunque fuera enfermizo, la necesidad de saber que se encontraba bien era mayor.

Miraba ese lugar ahora tan frío, dándome cuenta que realmente la presencia de Blake había sido siempre suficiente para llenarlo de misterio. Llevaba las manos metidas en los bolsillos y seguía corriendo una brisa fresca que me hacía recordar que me bastaba con sentir aunque fuera su gélida mirada. La puerta crujió haciendo que me volteara, allí se encontraba Rebeca, observándome enigmática sin quitarme el ojo de encima.

-¿Qué haces aquí...? -murmuré apartando la vista por si descubría lo que estaba sintiendo.

Se encogió de hombros y avanzó hacia mí con las manos en su espalda y una coleta alta que botaba con cada uno de sus pasos.

-Es solo que pareces triste -comentó.

Al sostenerle la mirada me di cuenta de que bajo sus ojos aun se veía la enrojecida marca que le habían dejado las lágrimas, tenía las pupilas rotas y la nariz hinchada. Rebeca era muy buena actriz a la hora de ocultar su dolor, pero conmigo siempre se le olvidaba el guión.

-Tú también lo pareces -añadí.

Su sonrisa solo llegó a mueca.

-No tiene importancia, solo que ya sabes...

Asentí, no hacía falta que me dijera nada. Bajamos de allí y nos quedamos sentados en los baños hablando de todo sin decirnos nada, mientras, escuchábamos el gotear de las duchas comunes que nos rodeaban. Apoyé mi cabeza sobre los duros y fríos azulejos e incliné la cara hacia ella para verla mejor.

Tras el Humo de su Cigarro  [ Finalizada ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora