1. Diabla.

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Terminé de ajustar el chaleco antibalas a mi cuerpo y finalmente le di una mirada al decaído panorama que se extendía frente a mi. 

El ambiente había estado pesado, lo admito. De hecho, no habíamos tenido un solo día de descanso los últimos meses tras la misión que completaba la parte más fundamental de lo que cualquiera llamaría un plan de venganza. Lastimosamente, en pro de su vida, nadie osaba llamarlo así en mi presencia.

En efecto, la ZKM había sido desmantelada y eliminada en tan solo seis meses por una organización cuyo nombre no era conocido ni por sus propios agentes, pero que a petición y gusto del publico era llamada la legión de los ángeles caídos: personas determinadas, maquiavélicas en un punto no imaginado, con deseos de venganza principalmente, pero aún así centrados en servir a la agencia con el conocimiento de que quien fuese su objetivo merecería su implacable trabajo.

Ángeles sin alas y a cambio de ellas con un buen suministro de armas y un gran presupuesto producto de donaciones y los pagos de sus más leales clientes. Definitivamente si unos años atrás me hubiesen mencionado algo así me habría negado, pues con solo mencionar "ángeles caídos" la relación con traición me hubiese espantado. Pero paradogicamente aunque no sabía si llamarlo honor o estupidez, la traición era el ultimo de sus pensamientos. 

Bufé dejando salir el aire en un largo suspiro y parpadee un par de veces para observar como Sem terminaba de instruir la docena de agentes que nos acompañaban. Era mi turno.

Me puse en pie, aclaré mi garganta y tomando mi arma de respaldo para colocarla junto al resto de mi armamento caminé con decisión al lado del Agente en jefe.

  — Allá afuera nos podrían estar esperando con las balas suficientes como para construir la mismísima torre Eiffel en plomo—  Alegué en voz alta recorriendo todas las expresiones neutras incapaces de esconder el ligero temor que se mezclaba con su adrenalina.

Miré a mi acompañante encontrándome con una sonrisa de aprobación que combinaba con una ceja elevada y totalmente divertida.

 Semyazza, o como los principales agentes le solíamos llamar: Sem debía tener unos treinta y tantos acompañados de una fisionomía varonil y un corto cabello rubio que le daban la apariencia de un soldado de la guerra. Sin embargo, no era solo su apariencia la que lo había llevado a recibir el nombre de este ángel caído, sino su actitud algo hostil y socarrona que le daba control sobre todos los agentes en cierto punto. Aquella que lo había llevado a ser el jefe de cada equipo de combate que se enviara a las diferentes misiones y que le había hecho congeniar conmigo tras mi llegada.

—  No solo estarán en riesgo de morir, señores —  continué, volviendo mi vista a los reclutados —  sino que posiblemente, si la suerte no está de su lado recibirán una herida que les deje inservibles de por vida. 

»No obstante, se encontrarán diferentes escuadrones resguardando el puerto y cubriendo nuestros flancos débiles para que nos sea posible llegar hasta la estación, eso claro, sin asegurar más que el hecho de que el trabajo depende únicamente de ustedes—  Hice una pausa llevando los pequeños mechones que se salían de mi coleta hacia atrás —  Pero ni la más grande de las olas o el peor de los vientos podrá echarles para atrás. Un solo paso en la dirección contraria y seré yo misma la que me encargue de descargar mi reserva en su débil cuerpo. Hemos venido a cumplir nuestra misión cueste lo que cueste y eso es lo que haremos. ¿Entendido?

  —  ¡Así como la caída! 

La voz se escuchó al unisono haciéndome asentir en consentimiento y girar dispuesta a dirigirme a la salida. Justo en ese momento una mano se posó en mi antebrazo reteniendome por unos instantes.

Sin reglas ni principios 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora