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Mateo dejó un billete sobre la mesa, cumpliendo así con una de las cláusulas del contrato que acababa de sellar con Eloísa Vega, y se puso en pie. También Eloísa; recogió su bolso y se levantó de su asiento.

Al entrar en el ascensor, él le tomó una mano para impedirle alejarse mucho.

—¿Qué...? —empezó a preguntar ella, pero entonces él la besó. Eloísa sintió los labios de Mateo sobre los suyos y se sintió sorprendida, un poco asustada, pero también aliviada. Como siempre, él había roto el hielo a su particular manera.

Pero estaba siendo un beso muy simplón, así que abrió un poco sus labios, y él, ni corto ni perezoso, se coló dentro. Puso una mano en su cuello, como si temiera que ella se fuera a alejar y se pegó un poco a su cuerpo, besándola suave, despacio, explorando sus labios, que tocaba con los suyos por primera vez.

Por primera vez y por fin, pensó Eloísa. No se había dado cuenta de cuánto había esperado este beso.

Todo su cuerpo parecía haber estado anhelándolo, desde siempre, desde que los oscuros ojos de él se posaran sobre ella aquella vez que se conocieron en casa de Juan José y Ángela allá en Trinidad, desde esa vez que se encontraron en aquella discoteca en Bogotá.

El ascensor se puso en movimiento tomándolos por sorpresa, y ambos miraron al tablero electrónico. Se habían olvidado de marcar el botón del piso al que iban y alguien lo había pedido.

—¿Me creerías si te digo que he estado ansiando este beso desde hace casi una eternidad? —murmuró él con la nariz metida en su cabello, aún abrazándola. Eloísa se sentía débil, con el cerebro incapacitado para razonar a profundidad ninguna cosa. Sólo era consciente de que las manos de él estaban sobre su cintura y su espalda y la atraía a él de manera posesiva.

—De... deberíamos...

—Yo... —la interrumpió él— a riesgo de que te enfades conmigo... pedí una habitación en este hotel. Si quieres... —ella dio un paso atrás y lo miró a los ojos sintiendo cómo la niebla que había embotado sus sentidos se aclaraba al fin un poco.

—¿Qué?

—Si quieres, podemos quedarnos aquí de una vez—. En otras palabras, se dijo Eloísa, ella había tenido razón al principio. La había traído a este hotel seguro de que hoy mismo tendrían sexo.

Era como si hubiese perdido una secreta apuesta que había tenido consigo misma.

—Pero si te parece que no, está bien —se anticipó él a su respuesta, alejándose también y metiendo sus manos en los bolsillos. Ella miró ese gesto, odiándolo. Siempre había pensado que los hombres que metían sus manos en sus bolsillos tenían algo que esconder.

Respiró profundo y cerró sus ojos, y entonces el elevador se detuvo y una pareja mayor entró. Justo a tiempo, porque había estado a punto de decirle algo desagradable, y tal vez él lo adivinó, porque se le oyó suspirar.

Pero, ¿no era a esto a lo que habían venido?, ¿no era para sexo, sexo, y nada más que sexo para lo cual habían escrito esas condiciones en el bar? ¿Por qué se desilusionaba si él pedía exactamente lo que habían acordado?

Porque, se contestó a sí misma, había tenido la secreta esperanza de que la próxima vez que tuviera relaciones con un hombre, fuera enamorada.

—¿Cuál es la habitación? —preguntó ella en voz baja cuando la pareja de ancianos hubo bajado, y él la miró enseguida. Sin contestar, presionó uno de los botones y el elevador volvió a echar a andar. Eloísa no pudo evitar reírse, y él sólo la miró con media sonrisa en el rostro.

Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora