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Juan José entró al bar donde sabía que se encontraba Mateo. Se detuvo en la entrada y miró hacia la mesa VIP que siempre ocupaban y allí lo vio. Caminó con paso decidido esperando no encontrarlo ebrio, o peor, deprimido.

Lo encontró con un vaso de whiskey en la mano, con una pierna apoyada en la rodilla de la otra, y una mujer vestida con lo que parecían ser pañitos le hablaba muy animadamente. Frunció el ceño, pero vio que Mateo no le sonreía ni le sostenía la conversación, parecía no estar allí, su mirada se encontraba más allá de lo que veía.

—Parece que lo estás pasando bien —sonrió Juan José sentándose a su lado, miró a la joven que ahora miraba de uno a otro, y meneando la cabeza le dijo: —Lo siento, hija, pero necesitamos privacidad.

—¿Hija? —se quejó ella—. ¿Eres un monje, o qué?

—Algo así —tomó la mano de Mateo señalando en el anular la argolla de matrimonio, pero entonces también brilló la suya.

—¿Están casados? —Juan José la miró un poco boquiabierto, pero sin tiempo a darle explicaciones, la chica se puso en pie y se alejó. Juan José pestañeó por el tremendo malentendido, pero entonces escuchó a Mateo suspirar y se concentró en él.

—Eloísa acaba de dejarme —dijo, y bebió de su whiskey. Juan José hizo una mueca.

—Ella llegó a mi casa llorando como si la abandonada fuera ella.

—No, no, no —replicó él moviendo su mano—. Creo que lo justo sería decir... que nos hemos dado un tiempo. Pero diablos, ¿cuándo eso ha funcionado?

—Nunca.

—Se va para Trinidad —siguió Mateo, y Juan José extendió la mano para pedir algo de tomar, nada con alcohol—. Dios, no quiero que se vaya.

—No lo permitas.

—Pero ella tiene razón —volvió a decir Mateo—. Tenemos que proteger la relación, y estar juntos será...

—Estar separados no será mejor —sentenció Juan José, y Mateo lo miró a los ojos pidiéndole que siguiera—. Te vas a dar cuenta de que cada día sin ella será un suplicio, no sé qué tan profundo es tu amor, pero no creo que lo resistas... y en ese momento, mandarás a la basura todos esos argumentos que ahora me estás dando—. Mateo respiró profundo y se apoyó en el espaldar del mueble en el que se hallaba.

—Increíble que decisiones que no tomé yo hacen casi veinte años me estén perjudicando tanto ahora—. Juan José sonrió con sorna.

—Bienvenido a la vida real.


Diego estaba en su despacho. Había escuchado por lo menos unas treinta veces la grabación que Mateo había traído de Panamá. Pensar en que su hijo se había encontrado cara a cara con el asesino de Paloma hacía que se le erizara todo el cuerpo, y que le hirviera la sangre. Había tenido que contenerse muchísimo. Por sus palabras, y el tono en que las había dicho, ese malnacido no sentía el más mínimo arrepentimiento.

Alguien llamó a su puerta, y segundos después, ésta se abrió. Mateo apareció en el umbral, con la ropa casi deshecha y los cabellos en punta. No tenía buen aspecto.

—Te ves terrible —le dijo. Mateo sonrió dando unos pasos al interior del despacho, se metió las manos al bolsillo y suspiró. Diego sintió el olor a alcohol que emanaba de él, y, sin embargo, no se tambaleaba como un ebrio, y cuando habló, su voz era bastante clara.

—Vine a hacerte una petición.

—Habla.

—No quiero que hagas un escándalo con el juicio —Diego lo miró fijamente sin contestar—. Te lo pido a cambio de la prueba; no llames a los medios, no les avises, y si, por casualidad la noticia se cuela y ellos se enteran, hazlos callar. Ya lo has hecho antes con otros escándalos, hazlo ahora.

Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora