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—La verdad es que no lo entiendo para nada —dijo Beatriz entrando al auto que la llevaría al teatro. Ella y su esposo habían sido invitados para que, tal vez, en el futuro, Julio hiciera de mecenas para la compañía que presentaba hoy un estreno, y había conseguido que Eloísa viniera. La pobre parecía tan triste que tenía ganas de ir y buscar a Mateo y darle un buen puntapié—. Me pareció tan encantado contigo —siguió Beatriz—, tan enamorado...

—Mamá... —le pidió Eloísa entrando a los asientos de atrás después de su madre. Pero Beatriz no se detuvo.

—No me explico cómo, de la noche a la mañana, aparece que está saliendo con esa muchachita. Y no una vez. ¡Varias! ¡Es que parece que se estuviera exhibiendo! No pueden ir al baño porque ya sale en los diarios. ¿Qué se ha propuesto?

—No importa, mamá —dijo Eloísa. Julio entró tras ella y cerró la puerta luego de acomodarse.

—Sí importa, sí importa. ¡Es que donde me lo encuentre, me va a escuchar!

—No vas a hacer tal cosa. Eso es entre él y yo... Y no soy una niña que necesite que sus papás la defiendan.

—Eres mi niña —intervino Julio al fin—. Y yo haré que te respeten.

—No, papá. No vayas a hacer ninguna locura. Mateo y yo somos adultos, sabemos lo que hacemos.

—Se nota que saben lo que hacen —masculló Julio sin decir nada más. Beatriz, en cambio, no quiso quedarse callada, y Eloísa no pudo más que seguir escuchándola.

Llegaron al teatro y bajaron del auto. Se encontraron con amigos, conocidos, y uno que otro reportero que anunciaba el estreno al que asistían. Eloísa trataba de sonreír pareciendo normal, pero entonces, a la distancia, vio llegar a Mateo con esa rubia del brazo.

En cuanto lo vio, Eloísa apretó sus dientes. Miró a otro lado pretendiendo que aún no lo había visto, y sonrió por algo que alguien dijo, aunque no tenía ni idea de qué. Pero lo cierto era que sentía el pecho agitado, que la piel le ardía como si la estuvieran quemando, que los ojos le picaban.

Tan celosa... por un hombre que nunca fue su novio, con quien nunca tuvo nada más que sexo por unos pocos meses.

Pero fueron unos meses únicos, se dijo, buscándolo de nuevo con la mirada, y encontró que también él la miraba a ella, y, tal vez al notar su expresión, en sus ojos se dibujó una pregunta.

Qué, quiso preguntar ella. Qué quieres saber de mí, si tú te ves tan bien ahí.

—¿Esa es la mujer? —le preguntó Beatriz, quien también los vio. Eloísa asintió sin decir una sola palabra—. No es tan bonita en persona —siguió Beatriz, siempre dispuesta a presentar batalla por sus hijas. Eloísa la miró sonriendo agradecida.

—No, no lo es —rio ella. Pestañeó ahuyentando las lágrimas que le habían brotado—. Y es muy bajita.

—Demasiado bajita para él, que es tan alto. Pareciera que, en vez de llevar una mujer del brazo, le colgara un llavero del bolsillo —Eloísa soltó la carcajada, intentó disimular su risa, pero no pudo.

Mejor reír que llorar, se dijo, y siguió riendo.

No pudo atender al primer acto; tenía la mente en otro lado, y no tenía ni idea si esto era comedia, o tragedia, o de qué iba todo. No podía dejar de pensar en él, en lo guapo que estaba, y en esa pregunta en su mirada. Qué, se repetía ella en su mente; qué quieres que te diga.

Beatriz la miraba de reojo, pero ella disimulaba elevando su mentón y fijando sus ojos sobre los actores en la tabla. Estaba siendo una noche de perros.

Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora