Eloísa se quedó allí, en medio de la sala del lujoso ático de su esposo con los brazos cruzados mientras él hablaba en voz queda con Lineth Casablanca. Ya llevaba más de un minuto hablando con ella, ¿es que le estaba contando la historia de su vida o qué?
Dejó salir el aire con los hombros caídos. No habían desempacado la maleta de su viaje de luna de miel y ya iban a tener su primera pelea.
Mejor desempacaba para que esa horrible verdad no se hiciera realidad. Tomó su maleta y la arrastró hasta la habitación. Una vez allí, la abrió y sacó toda la ropa. Una parte era para lavar, así que fue haciendo pequeños montones, y como toda una buena ama de casa, acomodó las cosas que debían ir en el baño o el armario.
Volvió a la sala y encontró que Mateo seguía hablando por teléfono, pero ahora estaba un poco serio.
Se puso los puños en la cintura mirándolo adusta, y él, al verla, sólo le sonrió, pero volvió a concentrarse en su conversación.
Eloísa vio la maleta de Mateo y decidió dejarla ahí. En otro momento le habría ayudado a organizarla también, pero ya no quería.
Eso era muy infantil, se dijo, así que, derrotada contra su propia conciencia, arrastró la otra maleta y la llevó a la habitación.
Cuando empezaba a separar la ropa, él llegó por fin.
—Disculpa, se alargó mi llamada.
—Ajá —murmuró ella en tono plano. Mateo la miró sacar su ropa con más fuerza de la necesaria y arrojarla al suelo. Se sentó en la cama frente a ella y observó sus movimientos bruscos.
—¿Pasa algo?
—Por qué.
—Pareces molesta.
—¿Yo? —arrojó la espuma de afeitar de Mateo en la cama muy cerca de él—. ¿Molesta? —dijo, y ahora arrojó el desodorante—. No estoy para nada molesta.
Mateo la miró confundido.
—¿Qué pasa?
—¡Nada! ¡No pasa nada! ¿Qué va a pasar? —él hizo una mueca. Definitivamente, había pisado una mina y debía andarse con cuidado.
Mierda, ella se había dado cuenta de la llamada de Lineth. Él no le había contado nada, para completar el pastel.
Ella arrojó un estuche de lentes de sol, y luego el frasco de su perfume.
—Estoy perfecta —siguió diciendo Eloísa—. La viva imagen del aplomo y la idoneidad. Prudencia es mi segundo nombre y feminidad mi apodo. Algunos lo confunden con "Pendeja" o "idiota", pero se equivocan.
—Eli, lo siento. Debí contártelo —ella lo miró ahora con ojos grandes. Qué, qué debió contarle. ¿Algo grave? ¿Algo con esa mujer? No, no quería saber.
No quería saber, se repitió, y se detuvo de su tarea de desocupar la maleta de Mateo y miró en derredor buscando su bolso para salir, salir de allí corriendo, lejos. No quería escuchar.
¿Dónde estaba su bolso?
—Eloísa, escúchame.
—No quiero —dijo, y caminó a la salida. Mateo la alcanzó en un par de zancadas y le tomó el brazo.
—Es delicado, necesito que atiendas.
—¡No quiero escuchar! —gritó ella. Estaba gritando. No, así no debía ser un matrimonio. Así no debían solucionar las cosas. Pero Dios, tenía tanta rabia.
Él la tomó de la cintura y la aplastó contra la pared, antes de que ella lograra protestar, él la besó tan profundamente que logró robarle la cordura. O la locura.
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Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)
Romance"Acuéstate conmigo" no es, ni de lejos, la declaración más romántica que Eloísa haya escuchado en su vida. Además, escuchar que está hecha para el placer de un niño rico tampoco es muy cautivador; sin embargo, ella misma tiene que aceptar que parece...