...39... Final

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Estar embarazada era bonito, se decía Eloísa, y se lo repetía, sobre todo, en esos momentos en que ya no podía más con su propio cuerpo. Había perdido la proporción de sus propias dimensiones, y aunque el crecimiento de su panza había sido gradual, todavía se sentía desequilibrada a veces.

Y le dolían mucho los pies, de verdad.

Había vuelto al trabajo como si nada, pero luego se había dado cuenta de que las casi diez horas que antes le dedicaba, era demasiado ahora. Mateo le había insistido mucho en que al menos en el último trimestre se lo tomara con calma, y esta noche, definitivamente, le tomaría la palabra.

Llegó antes que él al apartamento, y se sentó en el sofá doblándose un poco para quitarse los zapatos, pero había tenido la mala idea de ponerse uno de correas y no alcanzaba para desatarlas. Tonta, tonta. Debió usar suecos, o chanclas. ¿Qué importaba el glamour?

Cuando se dio cuenta de que definitivamente no podría con las correas, se recostó al espaldar del sofá murmurando por lo bajo, y entonces apareció Mateo por la puerta, que al verla sonrió. Ella también, pero de puro alivio. Había llegado el que le desataría las correas de los zapatos.

—Llegaste temprano —dijo él acercándose para besar sus labios, ella lo tomó de los hombros y prácticamente lo obligó a sentarse a su lado.

—Auxilio —dijo ella en un susurro, y se señaló los pies. Él, riendo, le tomó las piernas y la movió hasta apoyarla en las suyas. En un instante, sus pies ya estaban desnudos y eran consentidos por las expertas manos de Mateo. Ahh, esto era el cielo, suspiró ella.

Y entonces recordó que una vez había tenido esta imagen. Lo había visto a él justo de esta manera, ella embarazada, él masajeándole los pies, y en ese entonces apenas estaban iniciando la relación.

—¿Pasa algo? —le preguntó él, pero ella negó sonriendo—. Me estás mirando raro.

—Es sólo que... eres tan guapo —él elevó sus cejas y se le acercó para besarla. Eloísa rio mientras le devolvía los besos. Comprendió cómo debía sentirse Ana cuando descubría que sus sueños se hacían realidad. Ella sólo había tenido una imagen, un instante, y se sentía casi divina.

Se preguntó entonces si también Mateo había vivido momentos así.


Juan Diego Aguilar Vega nació en abril del año siguiente, y ya para entonces, Eliana, la hija de Ángela y Juan José tenía tres meses de edad. Juan Diego nació sano y de la manera tradicional. Eloísa había estado asustada, creyendo que entraría en pánico en cualquier momento y terminaría llorando y rogando por la cesárea, pero Beatriz y Mateo habían estado a su lado todo el tiempo, y al pensar en que ya pronto vería la carita de su bebé, se llenaba de valentía y de fuerza.

A pesar de todo, parir a su hijo fue terriblemente hermoso. Adoraba darle el pecho, y aunque no adoraba tanto tener que levantarse en la madrugada por su llanto, lo hizo con entrega. Bueno, también era cierto que Mateo la ayudaba mucho en ese aspecto.

Cuando el niño tuvo ya tres meses, volvieron a irse de viaje con él a bordo. A la playa, y regresaron con muchas fotografías de los tres en el agua, y de Juan Diego sobre una tabla de surf sostenida por sus papás. Se estaban tomando la paternidad como una tarea más bien divertida, y habían sido bendecidos con un hijo que se dejaba hacer cuanta locura a los padres se les ocurría sin llorar ni ponerse incómodo.

Fue para entonces que Diego y Esther anunciaron que se casarían. Y un par de meses después, el anuncio fue que Esther estaba encinta. Los sinvergüenzas se habían casado embarazados, y a pesar de la edad de Esther, pues era su primer embarazo, las cosas le fueron bastante bien. Al final habían tenido que decidirse por la cesárea, pero tanto la madre como la hija habían nacido en perfecto estado. Diego estaba feliz con su nueva hija, que gordita y blanquita se había robado el corazón de sus hermanos y su sobrinito.

Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora