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Mateo entró a la sala de la enorme casa de su padre y caminó sin ánimo hacia la sala principal. Era una estancia bastante amplia; si corrieran los muebles de la pared, había dicho una vez Juan José, podrían jugar tenis en el centro. Y ésta había sido la casa de su infancia, donde en múltiples ocasiones trajo a sus amigos a jugar y correr por toda la sala como los diablillos que eran.

Aún, de vez en cuando, Fabián venía aquí a pasar la noche jugando algún videojuego, pero esas ocasiones se hacían cada vez más escasas. Habían crecido, habían adquirido responsabilidades, y ese precioso tiempo lo invertían ahora en cosas más productivas.

Dejó las llaves del auto y de la casa en una de las mesas auxiliares y se tiró cuan largo era en uno de los sofás. Respiró profundo y cerró sus ojos rememorando uno de los momentos vividos esta tarde. Cuando el recuerdo vino no sólo con imágenes, sino con sonidos, aromas y sensaciones, tuvo que arrugar la frente y suspirar, aunque aquello pareció más bien un quejido. Era demasiado para pasarlo sin un trago, pero la botella estaba muy lejos y tampoco quería levantarse de su cómodo sofá.

—¿Estás enfermo? —preguntó una voz. Mateo abrió los ojos y se giró a mirar a su padre, que entraba a la sala con su pijama de seda y un vaso de agua en la mano. Diego Aguilar tenía cincuenta y seis años, y las canas salpicaban su cabello aún abundante de manera bastante atractiva. Ahora no se lo veía así, pues parecía que otra vez estaba sufriendo insomnio y tenía los ojos un poco enrojecidos.

—No —le contestó al fin Mateo—. Estoy bien.

—Pareces agotado, sin energía. ¿Estuviste trabajando hasta ahora? —Mateo no lo pudo evitar y sonrió.

—Sí, estuve toda la tarde... ocupado.

—Mmm. Si el trabajo te divierte tanto, tal vez estoy dejando todo mi imperio en buenas manos —Mateo elevó una ceja mirando a su padre un poco inquisitivo. Por lo general, él no bromeaba con estas cosas—. Sarah llamó —siguió Diego, refiriéndose a su hija menor—. Va a venirse indefinidamente a Bogotá.

—¿De verdad? —preguntó Mateo enderezándose en el sofá. Su hermana menor se había ido a Francia hacía más de nueve años y había completado sus estudios. Se había enamorado allá de otro colombiano y supuestamente la relación iba muy bien. Pero si se regresaba, es que eso ya no era tan cierto.

—¿Qué hay de su novio?

—Le pregunté y no dio muchos detalles.

—En otras palabras, terminaron.

—Eso parece.

—¿Cuándo llega?

—El domingo en la tarde. Debo pedirte el favor que vayas por ella al aeropuerto.

—No hay problema. ¿Estarás ocupado ese día?

—Lamentablemente. Como llamó con poca antelación, se me hizo imposible cancelar unos compromisos que tenía.

—Ella tiene la costumbre de hacer todo de manera imprevisible— Diego murmuró algo asintiendo a ese hecho, y caminó lentamente hacia las escaleras que lo llevarían al segundo piso de la casa, donde estaban las habitaciones privadas. Pero en vez de avanzar, puso la mano en la baranda y miró a su hijo, que permanecía sentado en el sofá y mirándose ahora las manos, muy pensativo.

—¿Está todo bien? —Mateo lo miró otra vez. Diego hubiese querido leer la mente de su hijo, pero lamentablemente, no tenía ese poder.

—Sí, papá, todo está bien.

—Es que... hace tiempo que prefieres dormir aquí y no en tu apartamento. ¿Ocurre algo con el ático?

—El ático está perfecto. Pero la mansión es mucho más cómoda. Sin embargo, si te molesta que duerma aquí...

Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora