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Mateo llegó al lugar donde tenían a los detenidos y encontró a su padre sentado en una silla de la sala de espera cerca de la recepción. Caminó a él a paso lento, contradiciendo la prisa que traía, pues el aspecto de su padre, en vez de eufórico como lo había imaginado, era más bien taciturno. Se sentó a su lado en silencio, y Diego se giró a mirarlo.

—Me estoy sintiendo como el hombre más estúpido sobre la tierra —dijo Diego con voz grave. Mateo unió su entrecejo y apoyó el codo en la rodilla para mirarlo más de cerca.

—¿El más estúpido? —preguntó, y Diego sonrió.

—Sí. Se han burlado de mí de la manera más indigna...

—¿Quiénes eran, papá? —Diego suspiró y se enderezó en el asiento que ocupaba, apoyó la cabeza en la pared y cruzó los brazos sobre su abdomen.

—Al parecer, Leonardo Cortés trabajaba para varios al tiempo en aquella época, nunca adivinarás quién era la otra persona—. Mateo lo miró en silencio esperando, y Diego hizo una mueca—. Rodrigo Márquez —ahora, Mateo pareció confundido—. Coronel retirado —siguió Diego—. Un... "amigo" —se puso en pie, ahora parecía inquieto, molesto, aflorando por fin todos los sentimientos que tenía guardados. Pero aquí no podrían, pensó Mateo mirando en derredor, aquí su padre no podía contarle con libertad, ni dejar salir un poco de su rabia.

—Salgamos un momento.

—Estoy esperando que...

—Si los están interrogando, eso se tardará. Vamos por un café y volvemos—. Rascándose la cabeza, Diego le hizo caso. Mateo apoyó su mano en el hombro de su padre, que tenía la misma estatura que él, y caminaron juntos al frío de la noche.

—Es una putada lo que me hicieron, Mateo —se quejó Diego, y Mateo se sorprendió un poco por la palabrota. No era que su padre no las usara, era que no lo hacía delante de él, como si todavía fuera un niño que hubiese que cuidarle los oídos—. Me siento tan...

—Cuéntame.

—Cuando sucedió lo de Paloma —empezó Diego—, acudí de inmediato a Rodrigo Márquez. Tenía un alto rango en la policía, aunque todavía no era coronel, y éramos amigos, así que prometió ayudarme a dar con el asesino. Recuerdo que incluso lloré delante de él. Acababa de perder a mi esposa, y estaba tan abatido... que no medí mis reacciones.

—Nadie habría podido.

—Él me consoló, ¿me entiendes? —exclamó Diego—. Tuvo el maldito descaro de darme palmadas en la espalda y decirme que lo sentía. ¡Que lo sentía! Joder, quisiera tenerlo delante y...

—Entonces es Rodrigo Márquez el culpable, no Julio Vega —Diego apretó los dientes en silencio, tomó aire y asintió.

—Acaba de confesar —dijo—. Sobrevivió al tiroteo que se dio. Lo encontraron debajo de un cuerpo. No se sabe si lo usó como escudo, si se escondió allí como un cobarde, o el otro en verdad lo protegió, total es que el maldito anciano sobrevivió. No tuvo escapatoria; en el interrogatorio lo presionaron fuertemente.

—¿Estuviste allí? —Diego contestó asintiendo.

—El teniente encargado no tuvo compasión por él. No tuvo en cuenta ni su edad, ni que es considerado un héroe de la patria. Se estaba entrevistando con Leonardo Cortés, y eso lo acusa de todo un sinfín de crímenes... Joder, el maldito tal vez hasta conozca todos los secretos de la toma del palacio de justicia, de lo viejo que es, y de lo mucho que sabe. Y por la presión, la pericia del teniente, y lo descubierto hoy, el viejo terminó escupiendo todo. Tiene más de setenta años, seguro cree que a los viejitos a las puertas de la muerte no los condenan...

Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora