Eloísa miró en derredor todos los asistentes a la fiesta de bodas de Ana y Carlos. Era una fiesta pequeña, sin demasiados invitados, pero preciosa. Todo había salido conforme a lo planeado; los convidados habían asistido muy bien vestidos y absolutamente todos deseándoles lo mejor a la nueva pareja de casados, y ahora muchos de ellos bailaban en la misma pista en la que estaban los novios mientras sonaba una música suave, se escuchaban las conversaciones de los comensales, el sonido de las copas al chocar en algún brindis, la risa de aquellos que conversaban animados en grupo, como los más jóvenes...
Miró en un extremo a Judith, la madre de Juan José y Carlos, conversar con otra de las invitadas y sonrió. Ella había terminado aceptando a Ana como nuera, y no le había sido nada fácil, pero ésta, de alguna manera, había conseguido ser aprobada. Suspiró por eso. Había sido testigo de muchas de las cosas por las que había tenido que pasar la pobre Ana, aunque ahora ella de pobre no tenía nada, en ningún sentido. Se la veía muy feliz bailando con su esposo, como si flotara de la misma dicha.
—Se dice que es pecado dejar sola a una mujer guapa en un baile —escuchó decir a sus espaldas, y Eloísa se tensó reconociendo la voz de inmediato. Se giró suavemente sintiendo la piel de su espalda un poco erizada. Le molestaba que esto le sucediera con este hombre. Siempre, siempre. No había ocasión en que su estúpido cuerpo se quedara sereno ante el menor contacto con él, o con su voz. Le molestaba sobremanera, pero no lo podía evitar.
Alzó su mirada para encontrarse con los oscuros ojos de Mateo Aguilar. Él le sonreía y extendía su mano hacia ella en una invitación a bailar. Cuando ella pareció vacilar, Mateo simplemente elevó una ceja como si ahora en vez de invitarla, la retara. Eloísa volvió a suspirar y extendió su mano aceptando la de él. Salió con él en medio de la pista y empezó a moverse al compás de la música.
Tragó saliva y cerró sus ojos mientras él acomodaba su mano en su cintura y empezaba a guiarla. Oh, Dios, olía tan bien... se sentía tan bien, encajaban tan bien...
Se mordió el interior del labio para controlarse, porque estaba a punto de besarlo, de morderlo, de subirse a su cintura y apretarlo...
Calma, calma, se reprendió.
Ya antes habían bailado juntos, en alguna fiesta de navidad, o algún cumpleaños, o cualquier otra cosa en la que hubiesen tenido que coincidir; y coincidían muchas veces, pues su mejor amiga estaba casada con el mejor amigo de él.
—Estás hermosa —dijo él, y ella no lo miró.
—Gracias—. Su corta respuesta pareció no desanimarlo, y lo escuchó sonreír.
—¿Por qué no te rindes? —le preguntó suavemente al oído—. Sabes que tarde o temprano cederás. ¿Por qué esperar un año?
Ella alejó un poco su cabeza para mirarlo fijamente. Error. Sus labios estaban demasiado cerca.
Él era bastante alto, y aunque ella no era una enana, siempre le sacaba por lo menos una cabeza. Eloísa elevó una ceja e hizo una mueca con sus labios espantando sus pensamientos y tratando de concentrarse.
Hacía unos meses, ocho exactamente, este hombre que ahora la guiaba suavemente al compás de la música, le había propuesto tener una especie de relación basada sólo en el sexo. "Acostémonos", había dicho, y ella, en vez de decir sí, o no, le había contestado que en un año obtendría su respuesta.
Lo había hecho con la idea de darle una lección, de desanimarlo. Había esperado que aquella vez en esa cafetería de hospital donde él tan escuetamente había hecho su propuesta, se levantara de su asiento y le dijera que ella no valía tanto, que un año era demasiado, que no la deseaba a ese extremo. Había esperado que incluso se molestara y no le volviera a dirigir la palabra, pero lejos de eso, cada día él era más persistente.
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Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)
Romance"Acuéstate conmigo" no es, ni de lejos, la declaración más romántica que Eloísa haya escuchado en su vida. Además, escuchar que está hecha para el placer de un niño rico tampoco es muy cautivador; sin embargo, ella misma tiene que aceptar que parece...