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Mateo se revisó el corbatín frente al espejo comprobando que estuviera bien atado, y luego el resto de su atuendo. Tomó sus documentos y las llaves del Jaguar y salió de su habitación. Desde el pasillo vio que la luz de la habitación de su hermana estaba encendida, así que se encaminó allí. Luego de un par de golpes con sus nudillos, entró. La encontró acicalándose frente al espejo, lo cual le extrañó un poco.

—¿Vas a salir? —le preguntó. Sarah se giró a él y le sonrió.

—Wow, ¡qué guapo y elegante estás!

—Gracias—. Él la señaló recordándole su pregunta, y Sarah volvió a mirarse al espejo ajustándose unos pendientes largos de oro blanco. Llevaba el cabello negro recogido, y todo su atuendo le daba un toque sofisticado.

—Voy a salir con Fabián —sonrió ella. Mateo elevó sus cejas.

—Ah, ¿sí? ¿Algo que deba saber?

—No seas tonto. Tampoco es la primera vez que salimos. El miércoles ya me llevó a cine—. Mateo sólo murmuró algo, pero no salió de la habitación. Sarah se giró a él de nuevo.

—Estaré bien. Fabián cuidará bien de mí, no te pongas en ese plan. Además... es tu amigo, ¿no? Lo conoces.

—Sí, lo conozco... —iba a salir de la habitación, pero entonces se devolvió y la miró fijamente—. Chata, ¿Te gusta Fabián? —Sarah no contestó, sólo se echó a reír.

—Ya no soy una niña, Mat, y recuerda que llevo viviendo sola mucho tiempo.

—Eso me preocupa más.

—Todo irá bien, no te preocupes. Si llega a propasarse, ¡te lo contaré para que le pegues un puñetazo!

—Sí, sí, sí...

—Si saliera con cualquier otro que no fuera tu amigo, ¿estarías más tranquilo?

—Es sólo que pensé que Andrés y tú iban en serio, es eso—. La sonrisa de Sarah se borró, y volviendo a mirarse en el espejo, comprobó que sus cejas estuvieran todas en su lugar.

—Nunca se sabe lo que va a pasar—. Mateo frunció el ceño, y ya no sabía por quién debía sentirse preocupado. Dejó salir el aire, se acercó a su hermana y le dio un beso en el cabello despidiéndose de ella. Eloísa le había dicho que a las siete, y ya iba con el tiempo justo.

En el jardín de la mansión, se detuvo al ver llegar a Fabián, y se cruzó de brazos.

—¿Vas a usar tu cara amenazante conmigo? —rio Fabián saliendo de su auto, que no era de lujo ni mucho menos. Su amigo, junto a Juan José, hacía unos años que había iniciado una pequeña empresa, y aunque les estaba yendo bien, ganando cada vez más crédito y reconocimiento, se empeñaban en reinvertir casi todas sus ganancias en vez de darse lujos como autos y casas costosas.

Recordaba que Diego, su padre, había aplaudido esa actitud, diciendo que esa era la mentalidad de los triunfadores, y ciertamente, Fabián estaba empeñado en tener éxito.

—Trae a mi hermana en una sola pieza.

—Señor, sí, señor—. Mateo sólo meneó la cabeza negando y se dirigió a su auto, y Fabián tocó el timbre de entrada anunciándose.


—Bellísima. Estás para morir de amor —dijo Beatriz mirando a su hija con ojos inundados de admiración. Eloísa sonrió negando y mirando al techo. Definitivamente, para una madre no había hijos feos.

—No deberías estar aquí —fue lo que le contestó ella, señalando con un amplio movimiento su apartamento—, sino en el salón, del brazo de mi padre, como una buena anfitriona recibiendo a los invitados.

Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora