Eloísa miró la enorme casa de los Aguilar. Aquello parecía más bien una mansión, de lo enorme y preciosa que era, bastante parecida en tamaño e imponencia a la de los Soler, donde vivía ahora Ana con su familia y su esposo.
Mateo la llevaba de la mano, y ella iba casi un paso atrás, y en su mente, iba también a rastras y Mateo la obligaba a avanzar.
No quería. No quería verle la cara nuevamente a Diego Aguilar, su suegro.
Respiró profundo cuando una mujer algo mayor les abrió la puerta y saludó a Mateo con mucho cariño. Él incluso se inclinó y le dio un beso en los canosos cabellos de la mujer, y ella se sonrojó como toda una colegiala.
—Mira, Adelita —dijo Mateo tomando a Eloísa por los hombros y haciendo que se adelantara unos pasos—. Esta es Eloísa, mi esposa—. Adela no disimuló su sorpresa, sonrió mirándola y le tomó una de sus manos entre las suyas.
—Mi Dios me la bendiga —le dijo, y Eloísa decidió que la viejita le caía bien.
—Adela fue quien cuidó de Sarah y de mí luego de la pérdida de mamá —le explicó Mateo.
—Ah, lo hice con mucho amor —siguió Adela negando de manera tímida—. Pobrecitos mis dos pollitos, solos y desconsolados.
—Muchas gracias por cuidar de este pollito —sonrió Eloísa señalando a Mateo, y Adela volvió a sonreír.
—Lo volvería a hacer. Con mucho gusto.
—Vaya, qué ven mis ojos —dijo la voz de Diego. Mateo se giró a mirar a su padre, que bajaba por las escaleras mirando a la pareja con una sonrisa un tanto desagradable—. Vinieron a visitar al padre un domingo por la tarde. Qué considerados al acordarse de los viejos... —Eloísa permanecía rígida al lado de Mateo. No se había girado a mirar a su suegro, y parecía momentáneamente fascinada por el decorado de la sala.
—Con permiso —dijo Adela con mucha discreción y se retiró de la sala. Mateo respiró profundo y dio unos pasos hacia su padre.
—Hola, papá —le dijo, y, como siempre, se acercó para darle un beso en la mejilla. Diego lo recibió casi de manera estoica—. ¿Qué tiene de malo que venga a ver a mi padre? Además...
—Bueno, es extraño —lo interrumpió Diego—, ya que fui el último que se enteró de que ustedes dos están casados.
—Papá...
—A qué vienen —inquirió Diego—. Dudo mucho que sea a pasar un domingo agradable en familia, pues sólo estoy yo. ¿Por qué desperdicias este día conmigo, Mateo, si puedes pasarlo mejor con tus suegros, los asesinos de tu madre?
—¡Está hablando de mis padres! —exclamó Eloísa al instante, y Mateo tuvo que atajarla tomándola por los brazos.
—Papá, por favor —casi imploró Mateo mirando a Diego, pero éste no borró su sonrisa—. Vinimos a... darte una noticia.
—No me digas—. Diego dio unos pasos por la sala. Todavía no los había invitado a sentarse, pero él sí lo hizo. Iba vestido con la ropa que usualmente llevaba cuando se iba a jugar golf. Mateo no supo descifrar si venía del club o apenas iba.
—Eloísa está embarazada, papá —anunció Mateo—. Vas a ser abuelo—. Diego apretó sus dientes, y un músculo empezó a latir en su mejilla. Se puso en pie bruscamente, se acercó a Mateo, y, sin previo aviso, le soltó una sonora bofetada. Eloísa soltó una exclamación, completamente sorprendida por el giro de acontecimientos. Vio a Mateo ladear la cabeza y ponerse la mano sobre la mejilla, y fue su expresión de desconcierto y dolor lo que la enardeció. Y a pesar de que pasaron los segundos, Mateo no levantó la mirada, no la miró a ella.
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Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)
Romance"Acuéstate conmigo" no es, ni de lejos, la declaración más romántica que Eloísa haya escuchado en su vida. Además, escuchar que está hecha para el placer de un niño rico tampoco es muy cautivador; sin embargo, ella misma tiene que aceptar que parece...