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"Estamos casados" pensó Eloísa, caminando de la mano de Mateo hacia la habitación de hotel que él había reservado esta noche. Él introdujo la llave en la puerta y la miró con una sonrisa de medio lado, y ella sintió que algo le recorría el cuerpo y el alma.

La felicidad a veces puede ser tangible, pensó.

—No tuviste la típica fiesta de bodas —le dijo él, y sin previo aviso, la alzó en sus brazos.

—¡Bájame! —protestó ella—. ¿Qué haces?

—Pero... —siguió él, como si no escuchara sus protestas— quiero darte la típica entrada a la habitación donde se celebrará la noche de bodas—. Eloísa se echó a reír comprendiendo.

—No sabía que te gustaran los clichés.

—A veces puedo ser cursi y romántico.

—Oh, mi esposo perfecto —dijo ella rodeándole los hombros mientras él la llevaba hasta la alcoba.

—Qué bien que lo notas. Es agradable que la esposa aprecie los esfuerzos del esposo.

—No peso tanto como para que digas que este esfuerzo es muy grande —él se echó a reír y la puso al fin sobre el colchón. Eloísa lo miró desde abajo mientras él permanecía quieto. La miraba con una sonrisa en los ojos, y ella estaba segura de que a su alrededor seguro flotaban corazones rosas que no se desvanecían sino al salir por la ventana.

—Soy muy feliz —dijo él—. Justo ahora, soy muy feliz—. Eloísa elevó la mano a su mejilla y la acarició suavemente. Respiró profundo dándose cuenta de que la felicidad de él le daba a ella una enorme paz. Ya no se trataba sólo de ella y sus vacíos o necesidades, sino los de los dos. Desde hoy, se estaba convirtiendo en un solo ser con él.

Y ni siquiera habían empezado a desnudarse.

—También yo soy muy feliz —le dijo—. Tú me haces muy feliz, con sólo quererme, con sólo mirarme así.

—Oh, de verdad.

—De verdad, verdad —rio ella, pues él había empezado a hacerle cosquillas en el cuello con su barba.

Ella lo abrazó por encima de su traje, y aunque el vestido le dio poca movilidad, logró rodearlo también con sus piernas. Él no perdió el tiempo y acarició sus muslos desnudos.

—Me encantan tus piernas.

—Ya lo sé. Lo dices todo el tiempo

—Son mi bien más preciado. Mandaré asegurarlas por varios millones.

—Estás loco —volvió a reír ella.

—Es que me encantan.

—Te repites.

—Me encantan, me encantan, me encantan —él la observó reír, y moviéndose un poco, se recostó a su lado y se dedicó a observarla en silencio. Ella giró su cabeza y movió sus cejas en una pregunta—. Cuando sea viejo, y ya no tenga fuerzas para hacerte el amor, recordaré este momento.

—El momento en que, pudiendo hacerme el amor, preferías quedarte mirándome.

—Oh, pero entonces podré decir que hacer el amor no es sólo sexo —sonrió él—. Contemplarte mientras duermes desnuda a mi lado, mirarte mientras te vistes o te arreglas el cabello; abrocharte el vestido cuando no alcanzas tu espalda, o abrir las hebillas de tus sandalias... eso también es hacer el amor—. Eloísa se puso de medio lado en la cama quedando frente a él.

—Y traerme el desayuno a la cama también es hacer el amor.

—Eso tendremos que negociarlo... —ella volvió a reír, y al fin él se acercó para besarla.

Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora