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—Espera, espera —dijo Eloísa deteniendo a Mateo, que ya iba bajando sus inquietas manos por su trasero a la vez que dejaba un reguero de besos por su rostro buscando su boca—. Tenemos que hablar.

—¿Hablar? —se quejó él—. Hablaremos, sí, pero después.

—No, no, no... No creas que puedes ponerme las manos encima sin antes haber aclarado un par de cosas—. Eloísa se alejó de él mirándolo ceñuda, y Mateo hizo tal cara de pesar y dolor que Eloísa estuvo a punto de echarse a reír, sin embargo, se mantuvo seria para su propósito.

—¿Ahora? —preguntó él, y la determinación en la cara de ella le dio la respuesta. Resignado, se sentó en la cama y se masajeó el rostro como si llevase resistiendo una gran tensión. Una tensión que se acumulaba en ciertas partes de su cuerpo. Todas las fantasías que había alcanzado a elaborar en su camino hasta aquí se fueron esfumando una a una. Dudaba que pudiera llevar una conversación muy coherente en este estado.

—Sólo unas pocas preguntas —le pidió ella. Mateo la miró de arriba abajo; la condenada estaba en ropa interior, pues cuando había entrado, sigilosamente para poder sorprenderla, ella estaba cambiándose el vestido que había llevado a la presentación de la obra por la pijama.

Una parte de él casi había esperado encontrarla otra vez con aquella bata de baño y mejunjes verdes en la cara, pero se había encontrado con esta diosa de la sensualidad que ahora estaba poniendo a prueba su resistencia.

—Cuatro preguntas —regateó él.

—¿Qué? —preguntó Eloísa confundida.

—Sólo podrás hacerme cuatro preguntas —le explicó—, y ya usaste una.

—¡Eres un tramposo! ¡Y no he aceptado ese trato!

—Te quedan tres preguntas, Eli—. Ella estuvo a punto de ponerse a discutir. ¿Cuatro preguntas?, se repitió. ¿Acaso estaban en un programa concurso? ¿Planeaba tomarle el tiempo, también? Pero enseguida se repuso y cruzándose de brazos lanzó la primera pregunta:

—¿Por qué te tardaste tanto en llegar? —él sonrió.

—Sabía que esa sería tu primera pregunta —suspiró.

—Entonces ya tienes una respuesta.

—No lo digas como si hubiese miles —le reprochó—. La verdad es que la casa de Lineth queda en la mismísima porra; lejos.

—Me imagino, en un barrio de ricos.

—Está en el otro extremo de la ciudad —siguió Mateo—, y a pesar de que a esta hora ya no hay tráfico, de todos modos, me tomó tiempo. Además, que me detuve unos minutos a llenar el tanque de combustible... —Él la miró fijamente. Sus brazos seguían cruzados, como si la respuesta no la convenciera del todo. Suspiró y procedió a detallarle la noche, tal como, imaginaba, ella quería—. Está bien, está bien... Veamos... Salimos del teatro pasadas las diez. Como no fuimos solos, tuvimos que acompañar a sus amigos a celebrar tomando algo; son fanáticos de las celebraciones, siempre están buscando un motivo por el que embriagarse, así que tuve que soportar eso hasta que ya se hizo una hora decente para irnos sin parecer groseros. Luego la llevé a su casa —siguió—, que, como te digo, es lejísimo; una vez allí hablamos... No fue difícil —dijo mirándola a los ojos, pidiéndole con la mirada que le creyera—, ella tampoco estaba muy entusiasmada por casarse, y menos conmigo—. La cara de sorpresa y enfado de Eloísa casi le hace reír, ella le era leal y no podía creer que otra mujer no lo encontrara aceptable.

—Esa bruja, llavero colgante...

—¿Qué?

—No. Nada. Pero no me puedo creer que no quisiera... Es decir, eres tú, ¿no?, un excelente partido.

Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora