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Silvia entró a la biblioteca encontrando a Ana frente al escritorio haciendo lo que parecían ser cuentas a la vez que una suave música Jazz sonaba en bajo volumen.

El Jazz era un estilo de música un tanto complicado para su gusto, pensó Silvia, pero a Ana le gustaba. Recordaba que antes apenas si sabía que ese estilo existía, pero que desde la vez que Carlos le pidiera matrimonio con esa música de fondo y en vivo era su favorita.

Ana elevó la vista hacia su hermana, pero Silvia se encaminó a un libro sin decir una palabra. Cuando pasaron los segundos y ella sólo miraba las estanterías, Ana habló al fin.

—¿Buscas algo? —Silvia se giró e hizo una mueca.

—Un libro, pero a lo mejor lo tiene Paula. Tú... ¿qué haces?

—Cuentas —Ana dejó los lápices y calculadoras para frotarse los ojos y luego los hombros.

—Ana... —Silvia se sentó frente a Ana y el tono de voz de su hermana encendió una alarma en ella, que la miró atentamente—. ¿Puedo... hacerte una pregunta?

—Siempre puedes—. Silvia sonrió.

—Es que... estoy un poco nerviosa. Si me aceptan en esa universidad en Australia... Bueno, estaré un buen tiempo lejos... sola...

—Estás un poco asustada.

—Cuando acepté el reto de Carlos, definitivamente no... no me imaginé todo lo que se venía encima. Sí, estoy asustada. Por eso quería preguntarte... si acaso... no has visto qué será de mí en tus sueños—. Ana frunció el ceño mirando hacia el techo como si meditara en ello, pero hizo una mueca negando muy pocos segundos después—. Deberías esforzarte un poco más por tu hermana—. Eso hizo sonreír a Ana.

—Los sueños no vienen a mí a pedido, Sil. No me acuesto en la noche pidiéndole a los espíritus que me iluminen —Silvia sonrió—. Esos sueños simplemente llegan a mí, y a veces me dejan más confundida que iluminada. El último que tuve no parece tener pies ni cabeza, pero ahí está.

—¿El último sueño que tuviste? ¿Qué viste? —Ana suspiró.

—Bueno, ahora que lo mencionas... a ti no te vi—. Silvia torció el gesto volviendo a desinflarse—. Pero eso tal vez significa que estarás en Australia en ese momento—. Ana se puso en pie y buscó en uno de los burós una agenda de diseño artesanal. Silvia la reconoció al instante. Paula la había hecho como manualidad en el colegio y se admiró al ver que Ana no sólo la había guardado, sino que le daba uso—. Carlos me aconsejó escribir todos los sueños que he ido teniendo, y hacer un paralelo con la manera en que se cumplen.

—¿Nunca es de manera exacta? —Ana meneó la cabeza negando y abrió la página con la última anotación.

—En este sueño vi a todos. A Ángela, los hijos que tendría, a mí, a Paula, Sebastián, a Eloísa y Mateo, y también a Fabián... pero no estás tú. Y no recuerdo haberme sentido inquieta por eso—. Silvia se recostó en el espaldar de su silla cruzando sus brazos y resoplando un poco.

Pasados unos minutos en los que Ana también permaneció en silencio mirando la agenda, Silvia preguntó:

—Vale, entonces, tal vez lo que me toque hacer sea irme a Australia y forjar mi propio destino —Ana sonrió.

—Todos forjamos nuestro propio destino.

—¿Qué viste de Paula?

—Que será una mujer hermosa en año y medio, más o menos.

—Ya lo es. ¿Y qué viste de Sebastián?

—Que va a ser muy alto.

—Ya lo es, también. Ana, tus sueños no son muy reveladores —ella se echó a reír—. No me estás contando lo importante, ¿verdad? —Ana se encogió de hombros.

Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora