—¡Este café está amargo! —exclamó Diego Aguilar soltando la taza que casi lo quema. Miró furioso a su secretaria, pero Esther lo miraba impertérrita.
—Lo siento, señor. No hay azúcar.
—¿Cómo que no hay azúcar? ¡¿Cómo que no hay azúcar?! ¿Qué está pasando contigo? Esta mañana me diste la hora equivocada de una reunión ¡y llegué tarde! ¡Tuve que disculparme! Y luego me entregas los papeles equivocados, e igual los firmé, y ahora esto. ¿Qué está pasando contigo? —volvió a preguntar.
—Sigo siendo la misma Esther, señor —él la miró confundido. Eso para nada contestaba a su pregunta.
—¿Te has propuesto arruinarme el día, o la vida, o qué?
—Estoy segura de que antes de que eso suceda, usted tendrá el cuidado de despedirme.
—¿Es eso? ¿Quieres que te despida?
—No me sorprendería —contestó ella recogiendo la taza de café y volviéndola a poner en la bandeja—. Después de todo, nadie es indispensable aquí—. Eso lo dejó a él en silencio.
Esther llevaba más o menos cinco años trabajando con él. Era una mujer sumamente inteligente, cuidadosa y casi con tantos grados como su hijo. Había terminado siendo su secretaria, su asistente, su mano derecha, porque no se aguantaba la mediocridad de nadie y porque juntos hacían un buen equipo.
Frunció el ceño dándose cuenta de que era un poco extraño que ella misma trajera el café hasta aquí, de eso se encargaba Karen, la otra secretaria. No le pagaba a alguien tan calificado como ella para llevar y traer café.
Pero lo había hecho, y se lo había traído tan amargo y caliente como el mismo infierno sabiendo que su gusto era muy diferente.
Ella lo estaba castigando por algo.
Saberlo lo dejó confundido. ¿Por qué querría Esther castigarlo? ¿Por qué usar estos métodos que ponían en riesgo su posición?
—Si tienes algo que decir, hazlo ya.
—Oh, señor, yo no tengo nada que decirle. Usted es el jefe, el que más sabe aquí y...
—Al diablo con eso. Te conozco. Llevamos trabajando ya bastante tiempo.
—No, señor. No es tanto tiempo. Me disculpo por lo del café; no volverá a suceder—. Y sin agregar nada más, salió de las oficinas. Diego la miró caminar hasta la puerta haciéndose mil preguntas, pero dándose cuenta de que estaba topando con una pared, y eso le hizo recordar a esa chica, Eloísa Vega. ¿Qué pasaba con las mujeres hoy en día?
Esther se sentó en su escritorio sintiéndose molesta, decepcionada y furiosa. Puso con fuerza sobre el escritorio unos papeles y le echó malos ojos a la puerta tras la cual se hallaba el hombre para el que venía trabajando desde hacía años. Había sido el mejor jefe y el mejor hombre hasta hoy, pero, claro, en algún momento él había tenido que hacer estallar la burbuja.
Le tenía aprecio a Mateo, y aunque no sabía del todo qué era lo que estaba sucediendo entre él y su padre, era claro que éste último estaba embaucándolo con algo, lo cual era inaceptable.
Desgraciadamente, ella no podía hacer nada para impedirle avanzar en cualquiera que fuera el plan en el que estaba trabajando, sólo podía ganarse estas pequeñas venganzas. Y dudaba mucho que él entendiera a qué se debiera. Diego Aguilar era bastante ciego en ciertas cosas.
Fabián entró al bar y localizó a Mateo casi al instante. Estaba en el reservado de siempre, y aunque hacía rato que no venían, el personal que laboraba aquí y que los reconocía, seguía dándoles preferencia.
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Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)
Romance"Acuéstate conmigo" no es, ni de lejos, la declaración más romántica que Eloísa haya escuchado en su vida. Además, escuchar que está hecha para el placer de un niño rico tampoco es muy cautivador; sin embargo, ella misma tiene que aceptar que parece...