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—Tengo un retraso —le dijo Paula a Silvia, con la voz temblorosa y los ojos anegados en lágrimas. Silvia dejó el libro que estaba leyendo y miró a su hermana sintiendo que se le helaba la sangre—. ¿Qué voy a hacer? —preguntó Paula sentándose frente a su hermana—. Lo arruiné. ¡Lo arruiné!

—Espera —le dijo Silvia poniéndose en pie y ubicándose frente a ella. En un susurro le preguntó: — ¿Ya te hiciste la prueba? —Paula negó.

—¡Pero tengo un retraso!

—Eso podría deberse a cualquier cosa. Al estrés que estás llevando estos días, por ejemplo.

—Ay, Silvia. ¿En serio? Eso es... casi seguro que estoy embarazada... ¡de nadie! Porque él... no está, ¡no existe! No existe en las redes, nadie sabe de él, como si me lo hubiese imaginado, ¡y sí, eso me está volviendo loca!

—Saldré y te traeré una prueba casera —dijo Silvia movilizándose de inmediato—. No te muevas de aquí, vendré en unos minutos—. Paula se quedó allí, en la Biblioteca donde su hermana mayor adoraba venir a leer libros o simplemente escuchar música. También aquí ella y sus hermanos venían a hacer sus deberes, porque era el espacio más propicio para ello.

¿Qué pasaría si en verdad estaba embarazada? ¿Qué pasaría si en su vientre llevaba un bebé? Ni siquiera era mayor de edad.

Se había adelantado a vivir experiencias que todavía no le tocaban, y no tenía excusa. Hoy en día nadie tenía excusa; ella había arruinado un futuro fácil y cómodo por muy poco a cambio. Ahora le tocaría difícil, y se sentía avergonzada y decepcionada de sí misma. No era esto lo que había planeado, y ella misma, la principal interesada en que sus planes salieran bien, lo había echado todo a perder.

No supo cuánto tiempo estuvo allí en la biblioteca, mirando al vacío y lamentándose por su propia ingenuidad y torpeza. Silvia entró tal y como había prometido, pronto, y le señaló la pequeña bolsa que contenía unas cajas.

—Ven al baño para que te las hagas—. Paula se puso en pie. Silvia le pasó la bolsa y la empujó suavemente hacia el pasillo. Pero no llegaron a él. Ana las detuvo en la puerta. Venía con una sonrisa en el rostro y el teléfono en la mano, pero cuando vio la cara de sus hermanas se detuvo.

—¿Qué pasa? —les preguntó.

—Na... nada —titubeó Silvia, y Ana frunció el ceño. Paula escondió la bolsa a su espalda, pero eso llamó más la atención de Ana, que se les acercó lentamente.

—¿Me esconden algo?

—Nada, ¿qué te vamos a esconder?

—¿Por qué están tan pálidas entonces?

—Ideas tuyas. Vamos...

—Paula —llamó Ana, esta vez con un tono de voz un poco autoritario.

La adolescente miró a los ojos a su hermana mayor sintiendo que se iba a derretir aquí, o que iba a hacer autocombustión. Cualquier cosa menos desaparecer, que era lo que deseaba. Ana se acercó a ella y extendió la mano hasta quitarle la bolsa que tenía en las manos.

—Pero mujer —se quejó Silvia—, por qué eres tan... —se detuvo al ver la reacción de Ana, que dejó caer la bolsa como si dentro hubiese encontrado una cucaracha.

—¿Cuál de las dos planeaba hacerse una prueba de embarazo? —Ana miró a una y a otra, y encontró fácil la respuesta. Paula era la que había estado llorando, la que más desesperada y asustada parecía.

Su pecho le dolió, el corazón, los pulmones, todos se quejaron dentro de ella. O tal vez era su alma. Le estaba doliendo el alma por su hermanita menor.

Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora