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Mateo empujó la puerta de su oficina encontrando que todo alrededor se llevaba a cabo con la misma normalidad de siempre. Llevaba en sus manos las llaves de su auto y se detuvo delante de su secretaria para decirle que saldría y a lo mejor se demoraría un poco. Al ver a Esther, se quedó allí de pie, mirándola, preguntándose si acaso debía decirle también a ella lo que pensaba hacer. Ella lo vio y detuvo lo que estaba haciendo para prestarle atención.

—La señora Eloísa estuvo aquí —Mateo asintió.

—Sí, hablé con ella.

—No... me refiero a aquí —aclaró, señalando la oficina de Diego—. Tuvieron una discusión también—. Mateo frunció el ceño y, sin anunciarse, entró a la oficina de Diego. Lo encontró meneando un whiskey con hielo en un vaso de cristal. Al verlo, se giró a mirarlo y respiró profundo.

—Habla —dijo.

—Eloísa estuvo aquí. Hablaste con ella —Diego lo miró de reojo, y luego de una pausa, asintió. — ¿Qué le dijiste?

—La verdad.

—Le dijiste lo de tus sospechas sobre...

—Sí. Lo hice.

—¿Por qué, Papá?

— ¿No querías que lo supiera?

—Claro que no. ¿Por qué lo hiciste? ¿Con qué propósito?

—Para que entienda de una vez que no puede estar contigo—. Mateo dio un paso atrás bajando la mirada al suelo sintiéndose de muy, muy mal humor. Se pasó una mano por el cabello oscuro y abundante y miró a su padre con una mueca que indicaba que le estaba costando hablar con serenidad.

—Sigues empeñado en eso.

—Se separarán tarde o temprano —aseveró Diego—. Sólo estoy acelerando las cosas—. Mateo respiró profundo varias veces y relajó sus puños. Miró a su padre a los ojos y habló en voz baja.

—Te voy a pedir una cosa —le dijo—. Ya me dijiste lo que pensabas, tus sospechas, tus razones, todo... A partir de aquí, por favor, déjamelo a mí.

—¿Piensas seguir con ella a pesar de que...?

—Te lo estoy pidiendo por favor, papá —repitió Mateo en voz más alta—. Déjamelo a mí. Es mi matrimonio. Te guste o no, ya estoy casado con Eloísa Vega, y mis votos fueron en serio cuando los pronuncié.

—Mateo, no estoy de acuerdo con...

—No te perdonaré si vuelves a hacer una cosa así —volvió a decir Mateo—. Eres mi padre, te respeto mucho, valoro tus consejos, pero aquí ya no puedes hacer nada; sólo es entre Eloísa y yo—. Diego lo miró apretando sus dientes, queriendo decir muchas cosas, pero sabiendo que no serían escuchadas—. Entiendo que quieras protegerme —siguió Mateo suavizando su voz—, pero ya hace tiempo que no soy un niño, y del mismo modo, soy yo quien tiene que encarar el peso de mis decisiones.

—¿Aunque te cueste la felicidad? —Mateo lo miró a los ojos uniendo sus cejas en su frente.

—Yo lucharé hasta el final por mi felicidad, porque ya no es sólo mía. Es también la de mi mujer, la que elegí entre todas las mujeres en el mundo. Lo hice conscientemente. Obviamente no me imaginé nada de esto, pero las razones por las que la elegí a ella siguen allí. Es mi mujer, la amo. Si mi matrimonio funciona o fracasa, que sea por mí. Si la voy a cagar, la cagaré yo. Yo. No tú. No te vuelvas a meter —Y con esas palabras salió de la oficina, dejando a Diego Aguilar preguntándose si es que acaso tenía cara de monigote, pues todos parecían empeñados a dejarlo con las palabras en la boca.

Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora