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—¿Te sientes bien? —le preguntó Silvia a Paula sentándose a su lado en una banqueta del enorme jardín de la mansión Soler. A su lado, había un libro que parecía olvidado, mientras ella miraba hacia la distancia.

Más allá de los jardines, los setos y el prado, estaría el prado, el seto y el jardín de otra mansión, pensó Paula. Otra familia con sus problemas y sus historias, historias tal vez para nada parecida a las que acostumbraba leer.

En sus libros favoritos, el romance parecía muy real, y los finales felices muy probables. No, probables no, eran ley. Parecía que entre más fuerte doliera tu corazón al principio, mayor sería la felicidad como recompensa al final. El verdadero amor existía y los malos siempre recibían su castigo...

Pero la vida real era muy distinta. La gente mentía y engañaba sin ningún escrúpulo, y podían hacerlo casi indefinidamente sin temer castigos divinos, esquivando las leyes del karma, y pareciendo ser muy felices aun con todo lo que había en su conciencia. La vida real era un asco, y ella estaba aquí, atrapado en el cuerpo de esta adolescente real, en una familia real.

Giró su cabeza y miró a su hermana haciendo una mueca.

—Estoy bien, sólo estoy deseando ser una de esas mujeres de la época de la regencia protagonista de una de mis novelas.

—¿De verdad? —sonrió Silvia, como si antes no hubiese notado la desesperanza en la mirada de su hermana—. ¿Con corsé y todo?

—¿Qué tienen de malo los corsés?

—Vale, supongo entonces que eres capaz de vivir sin los tampones ni las toallas sanitarias —rio Silvia—. ¿Sabes cómo se las arreglaban antes?

—Con lienzos... —contestó Paula, sabiendo desde antes la respuesta.

—Que tenían que lavar y reutilizar. ¿Y los baños? Me refiero a la taza del váter... no existían, sólo la bacinilla, que si no tenías una sirvienta que se ocupara de deshacerse de tus deshechos, tendrías que hacerlo tú misma.

—Ay, no había pensado en eso.

—Y a tu edad, ya debías estar comprometida o buscando un prospecto, o estarías quedándote atrás. Y si tus padres no tenían posibilidades, te habría tocado trabajar como maestra de los hijos de otra con mejor suerte—. Paula elevó sus cejas y miró a su hermana haciendo una mueca—. Eres afortunada de haber nacido en esta época —dijo Silvia casi como un regaño—. No vuelvas a decir que prefieres la época pasada. Por algo existe la evolución. La raza humana debe seguir y seguir avanzando. Si nos estancamos, morimos—. Silvia suspiró.

—¿Lo dices por mí?

—Bueno, tú no eres la raza humana, pero... sí que te estás estancando. Un fracaso no puede convertirse en el asunto más importante en tu vida, tanto que llegue a regirla por completo. No puede determinar quién eres, o lo que serás. ¿Acaso antes de conocer a ese chico... no tenías sueños?

—Sí, tú lo sabes; tener una línea de restaurantes. Una vez se lo comenté a Carlos y me dijo que los alimentos son el negocio que más dinero deja, y luego está la ropa, donde está él. Pero también me dijo que es uno de los más inestables.

—¿Crees que una mujer de la época de la regencia podría haber soñado siquiera con tener un restaurante? Y tú quieres una línea entera, es decir, pretendes ser tan buena que la gente quiera comprarte franquicias.

—Ya sé que no... pero...

—Sólo quieres el romanticismo de los libros, un conde o un duque que te saque de tus miserias, pero tú puedes hacerlo por ti misma. No será tan fácil, pero sí que será más satisfactorio, porque lo habrás conseguido con tu propio esfuerzo.

Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora