El auto en el que iba Eloísa se detuvo unos pocos kilómetros antes de llegar a Trinidad. Habían venido rozando el límite de velocidad, y al pisar tierra, miró en derredor con la esperanza de ver más autos. Pero el camino estaba desierto.
Eloísa conocía este paraje. El auto se había internado en un camino de tierra entre los árboles, y sabía que cerca había cabañas que servían de posada. No muy lejos estaba un mirador desde donde se podía ver el pueblo de Trinidad. El sol picaba y Eloísa estaba sudando. Camilo la tomó bruscamente del brazo y la llevó al interior de una de las cabañas. Dentro estaba más fresco, pero eso no evitó que siguiera sintiendo la ropa abrigada que llevaba pegarse a su cuerpo.
No había nadie cerca, y las cabañas estaban lo suficientemente separadas la una de la otra como para que no se enteraran de lo que sucedería aquí.
Camilo la empujó con fuerza y Eloísa cayó en el sofá del pequeño recibidor. Tenía las manos atadas en la espalda y le era difícil equilibrarse, pero permaneció quieta allí donde cayó. La puerta de entrada se cerró y Eloísa empezó a sentir pánico. ¿Dónde estaba Mateo? ¿Por qué tardaba tanto? No dudaba ni por un segundo que la encontraría. Viviría estos minutos aquí sólo para ver el momento en que su marido le diera una buena tunda a cada uno. Lo conocía. Mateo no era violento, por el contrario, pero había que ver cómo reaccionaba cuando uno de los suyos era amenazado.
Los hombres sacaron de una nevera portátil latas de cerveza que empezaron a beber de inmediato. A ella no le ofrecieron, lo cual agradeció, y sólo siguió con la mirada fija en la entrada.
—No va a venir —sonrió Camilo sentándose a su lado, y Eloísa tuvo que reprimir el deseo de encogerse—. Vamos a estar aquí un largo rato divirtiéndonos.
—Al contrario —dijo ella con voz segura—, vendrá antes de que puedan hacerme nada —él sólo sonrió, y de su bolsillo sacó un pequeño sobre plástico que contenía algo blanco dentro. Droga.
El corazón empezó a bombearle rápidamente. Asustada, Eloísa sintió que los ojos se le humedecían, pero Camilo no le prestó atención, simplemente sacó una cuchara, puso la sustancia blanca en ella y encendió bajo ella un mechero.
—¿Nunca has probado esto? —preguntó Camilo. Ella cerró sus ojos tratando de calmarse.
Pero claro, Camilo era un adicto. Lo miró ahora y se preguntó si acaso ese cuerpo musculoso no era sino producto de esteroides. Si era adicto a algo tan fuerte como la heroína, no debía llevar mucho tiempo, pues su piel y su aspecto no reflejaban los daños normales en usuarios de esa droga. Pero los demás sí, se dio cuenta. Y debieron ser ellos quienes iniciaron al pobre estúpido de Camilo, porque claro, él sí tenía los medios económicos para proveerse, y de paso, proveerlos a ellos.
—La estás asustando —se rio uno de los hombres al verla pálida y con los ojos cerrados.
—Nah. Mi Elo no se asusta de nada, es una hembra en todo el sentido de la palabra, ¿no es así, querida?
—Sólo hay una cosa que realmente me asusta —dijo ella mirándolo de manera ominosa, y él elevó sus cejas interesado en su respuesta—. Me asusta la fuerza de los estúpidos.
—Uf, esa estuvo buena —se burló otro, pero Camilo la miraba apretando los dientes. Sin embargo, como si se reservara la furia para después, volvió a su tarea de calentar lo que había en la cuchara, que poco a poco se fue volviendo líquido.
Esperaba no tener que luchar para evitar que le metieran esa porquería en la sangre, pensó Eloísa. Había podido evitar el cloroformo, pero ahora estaba atada e indefensa ante esta nueva amenaza. Casi podía sentir a su bebé encogerse dentro de ella y llorar de miedo.
ESTÁS LEYENDO
Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)
Romance"Acuéstate conmigo" no es, ni de lejos, la declaración más romántica que Eloísa haya escuchado en su vida. Además, escuchar que está hecha para el placer de un niño rico tampoco es muy cautivador; sin embargo, ella misma tiene que aceptar que parece...