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Eloísa marcó al número de Mateo y se extrañó cuando dejó de timbrar sin obtener una contestación. Habían acordado almorzar juntos hoy. No todos los días se podía, fuera por el horario de él o el de ella, pero siempre que tenían la oportunidad la aprovechaban. Y cuando uno de los dos tenía que cancelar, primero llamaba al otro.

Volvió a llamar un par de veces más, y se quedó otra vez sin respuesta.

¿Llamar a la oficina?, se preguntó. Tal vez había dejado olvidado el teléfono, y en ese caso, nunca obtendría la respuesta.

Tomó su bolso para ir al encuentro con su esposo. Si él hubiese querido cancelar, habría llamado así fuera desde un teléfono público. No era propio de Mateo quedarle mal.

Llegó al restaurante que habían acordado y entró pidiendo mesa para dos. Le escribió un mensaje de texto anunciándole que ya estaba allí y lo estaba esperando, pero pasados quince minutos, cuando el mesero le preguntó si ya sabía qué iba a ordenar, Eloísa empezó a preocuparse de verdad.

Sólo es un retraso, se dijo. Un retraso de nada. Espera. Eres la esposa abnegada.

Le pidió al mesero paciencia y decidió esperar otros quince minutos, a pesar de que su estómago ya empezaba a protestar por hambre.

Pero pasó media hora más y ya se hizo más que evidente que Mateo no llegaría. Algo andaba mal. Algo había sucedido. Esto no era el actuar de Mateo, él la habría llamado si hubiese podido.

Se encaminó a su auto y decidió ir a la oficina. Llamó de nuevo con el manos-libres puesto en su oreja, pero otra vez se quedó sin respuesta.

—Dios, que sólo sean ideas mías —oró—. Que no le haya pasado nada malo.

Antes de empezar a hundirse en ese pozo de desesperación, decidió que debía llamar a alguien más. Tenía el número de Esther desde que habían almorzado juntos, así que la llamó. Lo sentía si interrumpía su almuerzo, pero era urgente.

—¿Hola? —contestó Esther, y Eloísa suspiró aliviada.

—Gracias a Dios me contestas. Quería... Bueno, es que Mateo no me contesta su teléfono, y... no tengo el de su oficina. Tonta que soy, en cuanto lo vea le pediré que me dé todos sus contactos, hasta el de emergencias...

—El joven Mateo está encerrado en su oficina —dijo Esther con voz queda, y eso extrañó a Eloísa.

—¿Él está bien?

—No lo sé, señorita... digo... Eloísa... Tuvo una discusión fuerte con el señor Diego y ahora... Esto es personal, pero siendo usted su esposa...

—Claro, claro...

—No sé si deba decirlo, pero...

—Por Dios, mujer, dímelo.

—Los dos están muy mal, cada uno en su oficina, y... creo que sería bueno que viniera a ver a su esposo.

—Estoy en camino —dijo Eloísa. En unos minutos estaré allí.

Cortó la llamada y maniobró para acelerar hasta lo posible.

Llegó y Esther le señaló la puerta de la oficina de Mateo. Ella se encaminó allí y luego de tocar con sus nudillos un par de veces, entró.

Mateo estaba sentado en el sofá y se tomaba la cabeza con las manos con los codos apoyados en sus rodillas. Verlo así la impresionó un poco.

—¿Mateo? —lo llamó, y él reaccionó como si le hubiesen pinchado con alguna aguja. Se incorporó y la miró fijamente—. ¿Estás bien, amor? ¿Qué pasa? —él se puso en pie y dio unos pasos hacia el escritorio.

Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora